El viento soplaba con violencia sobre la cima del Templo del Lobo. Serena, vestida con su armadura ceremonial —una mezcla de cuero negro y placas de plata lunar—, contemplaba el horizonte encendido. Más allá del Valle del Eco, las columnas de humo comenzaban a alzarse. Las facciones divididas de los clanes se habían puesto en movimiento. Algunos marchaban hacia ella; otros contra ella.
Pero no era el conflicto externo lo que la desgarraba.
Kael estaba a su lado, silencioso, como una sombra fiel… y al mismo tiempo, como una amenaza latente.
—¿Crees que lo que dijo Liora era verdad? —preguntó él por fin, su voz ronca por la tensión.
Serena no respondió de inmediato. Observaba su rostro, esa mezcla de dureza y ternura que la había conquistado. Su vínculo había resistido desafíos, guerras, incluso fragmentos oscuros del pasado. Pero lo que estaba en juego ahora no era solo su relación. Era todo su legado.
—No quiero creerlo —murmuró al fin—. Pero si lo que yace en tu sangre puede desperta