Nathan abrió la boca, pero no le salieron palabras. Nielsen tragó saliva y bajó la mirada.
—Papá… nosotros… la amamos. Los dos —susurró Nathan.
Uno de los primos soltó un leve “¿qué?”, mientras las tías se cubrían la boca y Reik miraba a sus hijos con el ceño fruncido.
—¿Cómo que los dos? —preguntó Reik con un hilo de voz.
—Nosotros… la marcamos —dijo Nielsen, su voz quebrada—. Ambos. Es nuestra omega.
Un golpe sonó. Nicolás había golpeado la mesa con la palma abierta, haciendo temblar las copas.
—¿Están locos? —bramó—. ¿Saben lo que han hecho? ¿Saben el peligro que eso implica? ¿Ustedes piensan con la cabeza o con… con otra cosa?
Nathan comenzó a ponerse nervioso a pesar de su edad. Su padre no era una broma cuando se enojaba.
—No pudimos elegir, papá… —sollozó—. No podíamos. La amamos los dos. Y no queríamos pelearnos...ustedes dijeron que no nos peleamos también.
Nicolás respiró hondo y cerró los ojos, intentando calmarse. Reik los miraba en silencio, su expresión era una mezcla de