El rostro de Helena se puso ceniciento en un instante.
Manuel también se quedó de piedra.
—¿Por qué? —preguntó, incrédulo—. ¿No eras tú el que siempre decía que te gustaba Helena?
Lucas no la miró ni una sola vez. Con la voz serena, casi calculadora, contestó:
—Papá, poner a Helena de novia hoy puede sacarnos del apuro... ¿pero después?
Se inclinó hacia él, explicando con calma:
—La familia Ramos tiene decenas de proyectos en marcha con los Oliveira. Aunque Mariana dejó la gestión en manos de sus gerentes, las decisiones finales siguen siendo suyas.
—Hoy no apareció, sí. Pero dime, ¿de verdad crees que aceptará sin chistar que yo me case con Helena?
—¿Y si, en un arranque de enojo, decide cancelar todos los contratos con nosotros?
Manuel se quedó mudo, sin poder rebatir.
Lucas insistió, sin darle respiro:
—Y no solo eso. Cambiar a la novia a última hora hará que todos duden de la seriedad de los Ramos. Nuestra reputación en los negocios quedará hecha polvo.
Su razonamiento, frío y dire