Luz Marina
Al día siguiente me desperté temprano, aún sintiendo el peso de la noche anterior. Me levanté con determinación y me dirigí a la cocina para preparar el desayuno de mis pequeñas. Mientras batía los huevos y ponía el pan en la tostadora, mis pensamientos seguían vagando por lo que había pasado con Maxon. Sabía que tenía que mantenerme fuerte por mis hijas.
Alisson y Amina entraron en la cocina, sus caritas aún adormiladas pero llenas de curiosidad. Les serví sus platos y traté de sonreír, aunque sabía que mis ojos aún mostraban signos de haber llorado.
—Mami, ¿por qué tus ojos están rojos? —preguntó Amina, siempre tan observadora y directa.
—Sí, mami, ¿has llorado? —añadió Alisson, con su tono suave y preocupado.
Me arrodillé a su altura y las miré a los ojos, tratando de mantener la calma y la compostura.
—Anoche me puse un poco triste, mis amores. A veces los adultos también lloramos, pero estoy bien —les dije, acariciando sus mejillas.
Amina frunció el ceño,