-Buenas tardes, Rebeca.
-Buenas tardes.
Alejandro se acercó y le dio un beso en la mejilla, con sus labios apenas entreabiertos.
Rebeca quedó paralizada, si reacción, hasta tenía miedo de que él escuchase los acelerados latidos de su corazón.
El psicólogo se alejó un poco de ella y con cara de yo no fui, disimulando todo lo que sentía, pegó la vuelta a su escritorio y se sentó, pensando que daría lo que fuera por hacer realidad todas las fantasías que ella le provocaba.
Necesita saber, con urgencia, el sabor de la boca de Rebeca, y también sus otros sabores, pero con resignación, se acomodó en su silla, pensando que al menos, como su terapeuta, iba a enterarse de todos sus secretos, iba a ser una especie de confidente, claro que para eso necesitaba lograr que ella se abra con él, y luego…
Necesitaba saber quién era ella, conocer hasta su más íntimo secreto, no podía apartarla de su mente, quería impregnarse en su ser, ser su sombra.
Jamás le había pasado algo así.
- ¿Cómo has estado?