Lena se encontraba en el estacionamiento, dentro de su carro. Estaba a punto de enfrentarse a su segunda prueba, de no ser reconocida. Había visitado aquella empresa en múltiples ocasiones cuando era niña, acompañando a su padre. Ahora, al contemplar el edificio desde fuera, notó ciertos cambios estructurales: nuevas ventanas, una fachada renovada.
Respiró hondo varias veces, intentando calmar la agitación en su pecho. Abrió la puerta del carro y caminó hacia la entrada principal. Justo al cruzarla, chocó accidentalmente con alguien. El impacto la obligó a retroceder un paso. Al alzar la vista, el tiempo pareció detenerse. “Es él. Es mi padre”.
Ella lo observo por unos segundos en silencio. Estaba visiblemente decaído, y verlo así, de frente, hizo que su corazón se estremeciera con ternura. Sintió un impulso urgente de abrazarlo. Para ella, ese hombre no era solo el padre que la había adoptado, sino su guía, su protector, su único refugio en su infancia.
—Disculpe, señorita. Venía dist