Juan, como loco, me puso un cuchillo en el cuello y me obligó a llamar a Miguel, alegando que, si él acudía en mi rescate, no me haría daño.Con esto, entonces marqué su número; la conversación entre nosotros estaba en la parte más alta de mi chat.—Gabriela, ¿así que te contactas mucho con Miguel? —dijo Juan, lleno de rabia, mirando mi celular—. ¿Y aún lo llamas «esposito»? Ya te dejó, ¿Por qué te empeñas en seguir humillándote?La punta del cuchillo se hundió un poco más en mi cuello, y la angustia comenzó a invadir mi cuerpo, en el momento en que, al otro lado de la línea, se oyó una voz llena de impaciencia:—Gabriela, ¿qué pasa? ¿Por qué no me hablas? Será mejor que te apresures a firmar el divorcio, o, de lo contrario…—Miguel, Juan me ha secuestrado —lo interrumpí, con voz temblorosa—. ¿Vendrás a salvarme? Dijo que, si tú vienes, no me haría daño.—¿Qué Juan te secuestró? —se burló él, del otro lado de la línea—. En serio, ustedes dos son un par de ridículos. Gente de plás
Juan se acercaba con una sonrisa maliciosa, casi como un depredador—Sabía que no lo conseguirías, ya no le importas —repuso, burlón.—Por favor, déjame ir —le supliqué, llorando—. Si me matas, tú también tendrás que pagar por ello, ¿vas a soportar la prisión? Alicia nunca te perdonará.Aferrándome a la última esperanza, mencioné a Alicia para hacerlo recapacitar.—Es cierto —admitió—. Si te mato, también pagaré con mi vida. Pero, ahora mismo, mi vida no vale ni una mierda… y la tuya, mucho menos. —Me miró con rabia contenida y continuó—: ¿A quién le importamos? Miguel quiere divorciarse de ti porque eres una impostora, y Alicia me dejó por él en cuanto descubrieron que yo también lo era. Hasta nuestros padres, con quienes vivimos más de veinte años, quieren que desaparezcamos. Juan sonrió con amargura. —Gabriela, ambos fuimos abandonados por el mundo. No merecemos vivir. Lo mejor que podemos hacer es hacerlo juntos. Nadie nos va a buscar.Sollozaba tan fuerte que apenas podía
Juan colgó, como si él fuera el rechazado. En sus ojos brillaba la desesperación.—Gabriela... Somos los más miserables del mundo. Caímos desde el cielo hasta el abismo. Mira cómo estás ahora, con ropa de tienda de rebajas, manchada, y yo… yo no tengo nada.La figura demacrada de Juan se perfilaba en la oscuridad, proyectando una sensación escalofriante. —Te odio, Gabriela —gritó enloquecido—. Te odio porque no fuiste capaz de conquistar el corazón de Miguel. Si lo hubieras hecho, él no seguiría obsesionado con Alicia, y ella se habría quedado conmigo. ¡Todo es tu culpa!¿De verdad creía que Alicia, después de recuperar su estatus como la verdadera heredera, volvería con un adicto? No, eso jamás pasaría. Juan había perdido su lugar en la familia, sin dinero, sin poder, sin nada. Cualquier persona con sentido común habría elegido lo mismo que Miguel: divorciarse de mí, la impostora, para estar con la auténtica Alicia, y su fortuna.Luciana seguía a mi lado, por lo que, a pesar d
¡Clang! La herramienta cayó de las manos de Miguel, golpeando el suelo haciendo crujir la cerámica. Miguel retrocedió un paso pálido de terror, pero tropezó con la misma herramienta y se desplomó torpemente en el suelo. Su asistente, sorprendido por la repentina pérdida de control, se apresuró a ayudarlo, pero él lo apartó bruscamente con un gesto desesperado.Temblando, Miguel se arrastró de nuevo hasta la cama de su hija, arrodillándose frente a ella. Con manos temblorosas, acarició la fría mejilla de Luciana, su mirada era la ejemplificación del desaire.—Esto no puede ser en serio… es una mentira, todo es mentira…Como si una idea horrible se hubiera formado en su mente, como si hubiera enloquecido. Se lanzó, arrastrándose torpemente, hacia la cama donde mi cuerpo yacía. Levantó la sábana que cubría mi cuerpo, y en el momento en que vio mi rostro pálido, carente de cualquier expresión, se rompió por completo. Nunca supe que él pudiera llorar con tanta intensidad. Se encorvó, con
A pesar de la férrea oposición de mis padres, insistí en estar con Miguel. Quedé embarazada antes de casarnos, creyendo que eso ablandaría a mis padres y cambiaría su opinión, ellos siempre quisieron una nieta. Sin embargo, el nacimiento de Luciana, con ceguera congénita, solo empeoró las cosas. Me pidieron que dejara a mi hija en un orfanato y prometieron encontrarme un marido más adecuado, ellos no querían que un error juvenil arruinara mi vida, pero yo ya lo había decidido.—Gabriela, no me dejes. Cuidaré de ustedes dos, en serio tienes que confiar en mí, ¿ok?Le creí y decidí casarme con él. Nos sacamos unas fotos sencillas de boda, sin ceremonia, porque sabía que mis padres no asistirían. En ese momento, no me importó; sentía que había encontrado el amor verdadero. Pero apenas dos meses después del matrimonio, mientras limpiaba la casa, encontré una foto de boda:Era Miguel con su primer amor, Alicia.A pesar de todo, decidí no armar una escena. Después de todo, todos tenemos un
El asistente de Miguel lo levantó rápidamente del suelo y abrió el grifo para limpiar su mano quemada, el corrosivo había derretido el guante de látex y estaba mezclado con la piel.Luego, sacó su celular y llamó a su superior para solicitar un nuevo embalsamador que pudiera encargarse de extraer sangre y gases y aplicar los conservantes necesarios.Miguel, un hombre adulto, lloraba sin consuelo.En una silla cercana, mi abuela descansaba, agotada por no haber dormido en toda la noche. Al verlo salir de la sala, tembló de furia y lo fulminó con la mirada.—¿Cómo tienes tanto coraje de aparecerte aquí? ¿Acaso te faltó el valor para terminar de preparar los cuerpos de mis niñas?Miguel, destrozado, intentó disculparse:—Perdóname, abuela... Lo siento mucho, de verdad lo siento.La abuela estalló en lágrimas, sus palabras llenas de dolor y rabia:—¿De qué sirven tus disculpas ahora? La policía sabe, gracias a uno de los secuaces de Juan, que Luciana te llamó por teléfono pidiéndote ayuda,
Mi abuela, al escuchar esos detalles por primera vez, no pudo soportar la angustia y la ira acumuladas. El peso de tantas injusticias la aplastó y cayó al suelo de golpe.Desesperada, solté a Luciana e intenté abrazar a mi abuela, pero mi cuerpo ya no podía tocarla. No tenia forma de intervenir, ya había pasado mi tiempo, solo quería que esta discusión permitiera liberarnos.En ese momento, Miguel despertó de su desmayo. Aún aturdido, se levantó rápidamente de la cama y corrió hacia ella con preocupación.—¡Abuela!El aliento de la abuela se fue debilitando poco a poco, hasta que finalmente se apagó por completo. El destino, en su cruel juego, me arrebató a la única persona que parecía recordarnos con amor, todo parecía condenado.¿Por qué? ¿Acaso no era suficiente haber perdido mi vida y la de mi hija? ¿Por qué ella también debía ser arrastrada a este abismo? Quería ver su alma, decirle cuánto lo sentía, cuánto la extrañaba. Pero mi deseo no se cumplió. Ella no tenía arrepentimientos