Capítulo 2
Juan se acercaba con una sonrisa maliciosa, casi como un depredador

—Sabía que no lo conseguirías, ya no le importas —repuso, burlón.

—Por favor, déjame ir —le supliqué, llorando—. Si me matas, tú también tendrás que pagar por ello, ¿vas a soportar la prisión? Alicia nunca te perdonará.

Aferrándome a la última esperanza, mencioné a Alicia para hacerlo recapacitar.

—Es cierto —admitió—. Si te mato, también pagaré con mi vida. Pero, ahora mismo, mi vida no vale ni una mierda… y la tuya, mucho menos. —Me miró con rabia contenida y continuó—: ¿A quién le importamos? Miguel quiere divorciarse de ti porque eres una impostora, y Alicia me dejó por él en cuanto descubrieron que yo también lo era. Hasta nuestros padres, con quienes vivimos más de veinte años, quieren que desaparezcamos.

Juan sonrió con amargura.

—Gabriela, ambos fuimos abandonados por el mundo. No merecemos vivir. Lo mejor que podemos hacer es hacerlo juntos. Nadie nos va a buscar.

Sollozaba tan fuerte que apenas podía respirar. No podía creer que moriría a manos de un loco incapaz de aceptar su situación. Aun así, el deseo de vivir me empujó a seguir rogándole con la voz ronca y temblorosa:

—No es verdad, todavía podemos vivir. Podemos salir adelante. No me mates, por favor.

Juan me observó con desesperación, mirando cómo la sangre comenzaba a secarse en la herida de mi cuello.

—Ya no hay nada en este mundo para nosotros.

—No… eso no es cierto —le respondí instintivamente—. No me mates. No puedo morir… todavía tengo a mi hija. ¿Qué será de ella sin mí?

Juan negó con la cabeza, esbozando una sonrisa apagada.

—Entonces juguemos un último juego.

Dicho esto, me ató en la azotea de un edificio abandonado y desapareció. Acurrucada en una esquina, luchaba de soportar el dolor, pero ese no era mi mayor temor. Lo que realmente me aterraba era haber cometido un error, y que ahora ya no hubiera nadie que pudiera proteger a Luciana. La idea de que le hicieran daño me desmoronaba. Lloré, mientras intentaba liberarme, sin éxito.

Y, para mi desgracia, no estaba equivocada.

A medianoche, Juan regresó acompañado de unos tipos… y de Luciana, mi hija de cinco años. Cuando la vi sentí que mi corazón se detenía.

Luciana había nacido ciega, por lo que caminaba con mucha lentitud. Cada paso que daba resonaba en lo más profundo de mi ser. Pero, aun así, me esforcé por mantener la calma:

—Juan, ¿qué piensas hacerle a Luciana? —pregunté, aterrada.

Al escuchar mi voz, Luciana aceleró el paso:

—¡Mamá! Ese señor me dio un peluche y dijo que me traería a verte, pero no me gusta. Mamá, ¿está todo bien? Quiero irme a casa. Esta noche dijiste que me contarías el cuento de Cenicienta…

Juan la levantó y la acercó a mí. Luciana, aunque no podía ver, siempre había tenido un olfato agudo. Al percibir algo extraño en el ambiente, me preguntó, preocupada:

—Mamá… ¿estás sangrando? Debemos ir al doctor, por favor... mamá...

—Luciana, si quieres que tu mamá vaya al hospital, llama a tu papá y dile que venga aquí —dijo Juan, con voz tranquila, agachándose frente a Luciana.

Luciana asintió tímidamente:

Sin perder tiempo, Juan tomó mi móvil y volvió a marcar el número Miguel.

Por suerte, esta vez contestó. Sin embargo, su tono era impaciente.

—¿Qué quieres ahora?

—Papá... —susurró Luciana, nerviosa.

Miguel se quedó en silencio unos segundos, sorprendido.

—¿Luciana?

—Papá, no sé dónde estoy. Mamá está aquí conmigo en un techo muy alto —explicó Luciana, con la voz temblorosa, al borde del llanto—. Hace mucho frío, y parece que mi mamá está sangrando. El tío Juan no nos deja irnos. ¿Puedes venir y llevar a mamá al hospital?

Del otro lado de la línea, Miguel se quedó callado unos segundos, antes de soltar, con los dientes apretados:

—¡Luciana! ¿Tu madre te dijo que dijeras eso? Gabriela, dime, ¿qué es lo que quieres? Si voy, Alicia se molestará. Sé muy bien lo que intentas con esto. Ya basta de hacer estos shows.

En ese instante, se oyó la voz soñolienta y mimada de Alicia:

—Miguel, ¿por qué no vienes a la camita? Ha sido un día largo…

—Ya voy —respondió Miguel, antes de añadir—: Luciana, no repitas todo lo que te diga tu madre. A papá no le gustan las niñas mentirosas.

Luciana rompió a llorar:

—Papá, no estoy mintiendo… ¡no soy ninguna mentirosa!

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App