A pesar de todo

—¿Piensas aceptar el negocio de Alessandro?—preguntó Victoria esa mañana a su esposo.

—Sí, parece ser bastante beneficioso.

—¿Pero estás seguro?

Massimo le dedicó una mirada escéptica ante su pregunta cargada de desconfianza.

—Se supone que tu misma me lo presentaste, ¿hay algo malo con él?

—Sí, bueno no, quiero decir que… no pensé que me harías caso.

En realidad, Victoria se moría por decirle que sí, había algo malo, de hecho eran muchas cosas malas, pero estaba bajo amenaza y no podía confesárselo.

Las cosas entre ellos los últimos días habían sido extrañas. Ya no se miraban con reproche como en un inicio, parecían irse soportando mutuamente de manera simultánea.

Existía resentimiento de parte a parte, pero era evidente que habían trazado un camino hacia la paz. Aunque ninguno de los dos, se atrevía a hablar de ello en voz alta.

Desde que Victoria había ayudado a Massimo a ducharse aquella noche de borrachera, el hombre había dejado de beber, o al menos trataba de controlarlo
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