Egan
Estaba en el infierno. Desde nuestro noviazgo había vivido en un paraíso, y mi matrimonio, la gloria absoluta. Sacando las amenazas, el intento de secuestro de Gaby, la actitud de Ernesto ante su deseo de entregarse para dejarnos sanos. Si sacaba eso, no puedo quejarme de los inicios de nuestra vida matrimonial, pero ¿ahora nos pasaba esto?
Desde esta mañana, aunque lo negó, la vi pálida. Aun así, se fue a la universidad. Cuando la fui a buscar, seguía pálida; les achacó el malestar a los estragos del embarazo. Pero en la tarde gritó y se tocó el vientre. Luego se puso muy nerviosa al ver sangre en su ropa interior.
—Debes calmarte, hijo.
—Lo sé, mamá. Pero es una puta agonía no saber de ella. Emmanuel llegó y ni él sale a decirme nada. De eso ha pasado una hora.
—Si te desesperas, será peor. —Papá, me puso la mano en el hombro.
—¿Y si pierde el bebé?
—Esperemos que todo salga bien. Pero si llega a ser eso... Deberás apoyarla demasiado, Egan.
Ya eran las seis de la tarde. Mis pa