Eugenia María
Seguía muy nerviosa mientras caminaba en dirección a Egan. Siento que íbamos muy rápido, pero amaba a Egan, eso no había cambiado. Acaricié mi vientre. Ahora crecía un pequeño de los dos. El vestido era precioso, blanco, con un fajón amarillo del color de los vestidos de mis amigas. El ramo era una variedad de flores de ese tono; mamá hizo un precioso arreglo. Las pequeñas flores en el arreglo del cabello también hacían juego.
Según mamá, por mi tono de piel, ese tono resaltaba mi belleza. Cuando la música inició, mis amigas ingresaron para recorrer el camino. —Aunque era una boda civil, la señora Villalobos quería una fiesta perfecta—. Ahora me dirigía a él.
—¿Puedo sacarte corriendo? Solo dilo. —sonreí, papá, no lo había superado—. ¿En qué momento dejaste de ser mi pequeña?
—Papá. Sé que soy muy joven, pero lo quiero. Lo intentaré, es una responsabilidad prematura, pero quiero darle a tu nieto, lo que tú me has dado a mí, un hogar.
—Lo sé, además Egan es como un sobrin