Gabriela
Amaba ver a papá de corista en esos momentos donde se vuelven jóvenes los viejos de la familia. Mi suegro tocando la guacharaca, David de acordeonero, José Eduardo en la caja y el resto de corista.
—Te amo. —susurraron cerca del oído.
—¿Ya se te pasó el enojo?
—Un poco, sabes que no tolero el maltrato físico, hasta cierto punto el psicológico. Sé el pasado de mis padres, pero también sé del cambio logrado a través del arrepentimiento. En ese aspecto acepto la felicidad de la persona. Era muy niño cuando mis padres pasaron por su crisis matrimonial. Pero también es cierto que, desde entonces, su hogar es hermoso. Mamá en verdad es muy feliz, al igual papá y por ende nosotros tres.
—Yo no he visto eso. Mis padres solo llegan a leves discusiones, eso si los zapatos vuelan. Pero se han compenetrado de manera casi perfecta. Es como si la vida recompensara a mamá por su violación. Como dice la abuela. Ellos son la tapa de las cajas de sus vidas.
—¿Qué tienes cachetona?
—Un poco de