María Eugenia
—En la habitación, dormida. —afirmé, caminé hacia su cuarto.
En efecto, estaba dormida, con una colcha suave sobre ella. Al acercarme, le acaricié el cabello; tenía el pómulo inflamado. Los chicos ingresaron.
—En unas horas estará peor, ¿cierto?
—Sí, luego se le pondrá el ojo negro. Ahora está sedada para que duerma y no sienta dolor, esa parte es delicada.
—¡Mierda! —dije.
—Jovencita.
—¡Ay, Emmanuel!, ahora sin sermones. —sonrió—. ¡Nos van a matar a nuestros papás! ¿Cómo vamos a justificar la herida de Rubí sin decir la verdad?
La verdad es que nosotras estábamos en problemas. Tocaron a la puerta, y el dueño se fue a abrir. Crucé la mirada con el griego.
—Eso les pasa por no hacer caso. Nadie les dijo que fueran a ese lugar. —Otro listo para reprender.
—¡No iba a dejar a Mapa sola!
—¿Eso quiere decir que, para Santa Marta, María Paula te va a acompañar?
—A donde me necesite mi hermana estaré yo.
Llegó con los ojos rojos. Al mirarnos, supe de su fracaso de nuevo con el r