Egan
Uno de los hombres que habían llegado con Ernesto a la clínica cuando recuperamos a Gabi me esperaba con un cartel en la mano y mi nombre escrito. Me presenté ante él.
—Señor Katsaros, bienvenido. Lo llevaré al hotel. —arrugué la frente—. El vuelo de los colombianos llegará a medianoche, sería una pérdida de tiempo llevarlo al lugar final, para luego regresar. Entre menos seamos vistos mucho mejor.
—¿Tu nombre es?
—Simone. —Afirmé.
Llegamos al auto, tomó mi maleta y la guardé en la cajuela. Al llegar al hotel estaba todo organizado, fui escoltado por el peleador de boxeo de pesos pesados. Este hombre era un italiano gigante. Me entregó la tarjeta para ingresar a la habitación.
—Pasaré por usted sobre las dos de la madrugada, usé ropa cómoda y preferiblemente impermeable. Si no trajo, en los almacenes de este hotel, puede adquirirlos. Con permiso.
El hombre se retiró, alcé la ceja. ¿En verdad vamos a estar dentro de la mafia italiana? Ingresé a la habitación con todas las comodida