María Paula
El bullicio en la sala me despertó. Al moverme, una fuerte descarga de sangre hizo levantarme lo más pronto posible para correr al baño a evitar mancharme. ¡Detesto la menstruación! ¡No comprendo por qué los pecados de Eva los estoy pagando yo! Si no fuera porque deseo tener hijo, ya le hubiera dicho a algún médico para desaparecer mi órgano reproductor.
Después de unos segundos le pido disculpa al Creador divino, pero la verdad cada mes era una tortura y no soportaba la incomodidad mensual. Me cambié, aseé, y traté de calmar la frustración. Las piernas las sentía pesadas, deseaba tanto un masaje. Eran pasadas las siete de la noche. Alexey después del almuerzo se quedó viendo una película. Comimos helado y me acompañó hasta quedarme dormida. Salí de la habitación y mi hermano salía de la suya.
—Pero sí estamos, papi churros. —alabé—. Hasta hueles delicioso hermanito.
—No empieces. ¿No te has arreglado?
—Emmanuel, estoy en mi día sangrante, un movimiento y debo correr a un