Egan
Después de firmar los papeles de divorcio, llegué a la casa de mis padres. Mamá con la abuela Cristal preparaban la gran cena. Ellas se veían felices, y Dios, iba a arruinar la velada.
—¿Egan puedes ayudarme? —Salvador ingresó al despacho con su cuaderno.
—No comprendo las matemáticas. —Sonreí.
Le hice señas para que se acercara al sillón, nos pusimos a trabajar. En las siguientes dos horas mi hermanito logró distraerme.
—Ese olor me va a matar del hambre. —Nuestro padre ingresó al despacho.
—Aquí es donde nos acribilla. Si al menos nos dieran a probar. —dije.
—Tienes toda la razón.
—Ya terminé. Ahora si a arreglarme para la cena especial. ¿Vas a anunciar que seré tío? —Eso fue un golpe bajo. Negué.
—Ve a bañarte. —Salvador salió, era un Guzmán, caballo negro y ojos del mismo color.
—¿Qué pasa, Egan?
—Pronto lo sabrás, padre.
El celular sonó, era Socorro. Le hice señas para salir del despacho; al llegar al gran jardín de la casa, contesté.
—¿Socorro?
—Lo intenté, pero no quiso