06

¡AAAAAAAH!

El grito de Kendall desgarró el silencio de la madrugada. Se incorporó de golpe en la cama, con el pecho subiendo y bajando violentamente, como si no pudiera respirar. Sus manos temblorosas recorrieron su cuerpo, esperando sentir la piel deshaciéndose, quemándose, cayendo a pedazos como la última vez…

Pero no había dolor.

Solo el tacto suave de su piel, intacta.

—¿Qué…? —susurró con la voz ronca y aterrada.

Su mirada se movió rápidamente por la habitación, pero algo no encajaba. El lugar no era el mismo donde había despertado los últimos meses. Las paredes estaban decoradas con cuadros que ella recordaba haber botado hace tiempo. La vieja lámpara que creía rota aún estaba allí, encendida. Y en la esquina, su sillón de lectura —el que donó cuando se mudó con Cristian— seguía en su lugar.

Se bajó de la cama a toda prisa, descalza, corrió al baño y encendió la luz.

Se quedó paralizada.

Su cabello… largo.

—No puede ser —susurró con la voz quebrada, llevando una mano al mechón más largo—. Esto me lo corté después del funeral de papá…

Lentamente, regresó a la habitación. Abrió el cajón de su mesita y encontró su antiguo celular, uno que no había visto en meses.

El corazón le martillaba el pecho.

Se giró hacia la pared. Allí, colgado como una broma del destino, estaba el calendario.

Julio 2025.

Kendall se llevó una mano a la boca, ahogando un sollozo.

—Esto no es un sueño…

Se dejó caer sentada en la cama, las manos aferradas a las sábanas. El mismo edredón gris con flores que había tirado después de la boda. Todo estaba como antes. Tres años atrás.

Y por primera vez desde que “despertó”, no sintió miedo, sino una chispa de algo más fuerte: determinación.

Tenía una segunda oportunidad.

El silencio de su departamento era tan fuerte que podía oír los latidos de su corazón.

Kendall se quedó sentada en la cama, mirando sus manos. Las giraba, tocaba su rostro, sus piernas, su pecho… todo estaba en su lugar, pero no podía quitarse la sensación de que algo estaba mal.

—Esto no es real… —murmuró, y se levantó tambaleándose.

Fue hacia la ventana, levantó la persiana y miró hacia afuera. El cielo todavía estaba oscuro, pero las luces de la ciudad parpadeaban con normalidad. Autos pasaban. Todo parecía… igual. Pero no era.

Volvió al baño, se mojó el rostro y alzó la vista al espejo.

—¿Estoy muerta? —preguntó en voz alta, mirando su reflejo como si esperara una respuesta.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Tal vez ese grito al despertar fue el último sonido que hizo su alma antes de cruzar algún umbral. Tal vez este lugar —este departamento, sus cosas viejas, su cabello largo— era una especie de castigo disfrazado de nostalgia. O peor… un limbo.

—¿Y si… estoy soñando? —se pellizcó el brazo con fuerza, pero no pasó nada. El dolor fue real.

Caminó hasta la cocina, abrió la nevera. Leche. Yogur. Todo vencido hacía semanas. Se inclinó a ver más y de repente…

Una mariposa negra salió volando del interior.

Kendall se quedó paralizada. La mariposa se posó en el marco de la puerta del pasillo y no se movió.

—¿Una señal? ¿O solo mi mente volviéndose loca?

Volvió a su habitación, encendió su celular con manos temblorosas y revisó la fecha otra vez. Julio 16, 2025. Tres años atrás. Su calendario no mentía. Los mensajes que tenía eran de amistades con las que ya no hablaba. Fotos que había borrado, allí estaban de nuevo.

—Si esto es la muerte… —susurró, tragando saliva— es una forma muy cruel de mantenerme atada.

Se sentó en el borde de la cama.

—¿Y si no estoy muerta…?

Entonces, una chispa cruzó su mente.

¿Y si es una segunda oportunidad?

Su respiración se detuvo por un segundo.

La última vez, confió en las personas equivocadas. Se dejó manipular. Murió sin tener respuestas. Pero ahora… ahora tal vez el tiempo le había sido devuelto por alguna razón.

Pero ¿quién le asegura que no está en una especie de prueba, en un ciclo que se repetirá si comete los mismos errores?

Kendall se abrazó las piernas, sintiendo el peso de la incertidumbre.

—Lo descubriré… sea lo que sea esto.

El silencio volvió a instalarse, denso, incómodo.

Y entonces… el sonido agudo de su celular rompió la quietud.

Kendall dio un brinco. El teléfono vibraba sobre la mesa de noche. En la pantalla aparecía un nombre que le apretó el pecho:

LILI LLAMADA ENTRANTE

Sus ojos se llenaron de lágrimas de inmediato. Se quedó paralizada, mirándolo sonar. El timbre persistente parecía una broma cruel. No podía ser… Lili estaba muerta. Ella misma fue a su funeral. La última vez que la vio fue dentro de un ataúd lleno de rosas blancas.

El teléfono dejó de sonar.

Kendall soltó un suspiro entrecortado, sin atreverse a tocarlo.

Pero segundos después… volvió a sonar.

Esta vez el susto hizo que el celular resbalara de la mesa y cayera al suelo con un golpe seco.

Ella lo recogió temblando y deslizó el dedo para responder.

—¿Alo…? —murmuró, la voz quebrada.

—¡Por fin contestas, mujer! —la voz alegre de Lili inundó el auricular, tan viva, tan real, tan familiar que a Kendall se le derrumbó el alma.

Lloró. No de tristeza. De shock. De alivio. De terror.

—¿Kendall? ¿Estás bien? ¿Hola?

Lili no se daba cuenta de nada. Era como si nada hubiera pasado, como si la muerte no se hubiera llevado todo.

—Yo… yo… —balbuceó Kendall entre sollozos.

—¡¿Estás llorando?! Pero ¿qué te pasa? No me digas que aún estás llorando por el vestido que te manchaste la semana pasada. Te juro que si te vas a echar para atrás con la fiesta por eso, me voy a enojar.

La fiesta…

Esa noche. Esa maldita fiesta donde todo cambió. Donde Lili subió al auto a ese auto y jamás volvió.

Kendall tragó saliva. Su respiración se volvió errática. Todo se le revolvía por dentro. Era esa noche. Esa misma noche.

—Kendall, ¿por qué estás tan callada? ¡Habla!

—¡No vayas! —dijo de golpe, con un hilo de voz ahogado por el llanto—. No salgas, Lili. Quédate en casa, ¿sí? Yo voy para allá. Necesito decirte algo. Es urgente. Solo espérame, por favor.

Hubo un silencio del otro lado.

—¿Qué estás diciendo? Pero si aún me falta arreglarme, ¡ni siquiera me he bañado!

—¡Perfecto! No lo hagas. Espérame. No salgas.

—Kendall, estás hablando muy raro. ¿Te pasó algo?

—Solo… hazme caso.

Colgó. No podía arriesgarse a explicar nada. Lo importante era evitar que Lili subiera a ese auto.

Kendall miró alrededor, desesperada. Necesitaba vestirse, salir, correr, llegar antes de que fuera demasiado tarde.

Sobre el sofá, como caído del cielo, un vestido negro de tirantes colgaba. Lo tomó, se lo puso casi sin pensarlo. Se recogió el cabello con una goma vieja y se puso unos zapatos bajos.

Ni siquiera se miró al espejo.

Tenía que salvar a Lili.

Y por primera vez desde que despertó, sintió que su regreso tenía un propósito.

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