Pensé para mis adentros que, por grandes que fueran mis ojos, no se comparaban para nada con el tamaño de sus pechos.
A simple vista, calculé que debía tener una talla D.
Nunca antes había visto unos senos tan grandes y provocativos, ¿cómo no iba a abrir los ojos para mirarlos bien?
Además, fue ella quien salió sin ropa, así que, ¿por qué no iba a mirar?
Claro, todo esto solo lo pensaba en mi mente; jamás me atrevería a decirlo en un tono de voz alta.
—Óscar, pídele disculpas a la hermana Paula, — dijo Luna.
Rápidamente respondí: —Paula, lo siento mucho, no fue mi intención.
Paula permaneció en completo silencio.
Luna, con su habitual sonrisa, añadió: —Paula, Óscar tiene unas manos mágicas para los masajes. ¿Por qué no dejas que te haga uno?
—¡No, gracias!
—¡Anda, inténtalo! Siempre te quejas del dolor en los hombros, a ver si él puede aliviarte un poco.
Sin esperar respuesta, Luna empujó a Paula para que se sentara en el sofá.
Luego, me indicó que fuera a darle un masaje.
Obediente,