Justo en ese preciso momento, mi cuñada entró.
Cuando me vio sentado en el sofá, con las piernas desnudas y el pantalón tirado a un lado, su reacción fue cerrar asombrada la puerta principal.
—Óscar, ¿qué demonios haces tan temprano de la mañana?
El pánico se apoderó de mí, y sentí que mi corazón se me iba a salir del pecho.
—Cuñada, yo... yo…
—Si necesitas masturbarte, hazlo en tu cuarto o en el baño, pero ¿en la sala de estar? ¿Qué pasaría si llego con algún amigo y veo esto? ¡Qué vergüenza! ¡Descarado!
Suspiré aliviado internamente. Mi cuñada no había sospechado nada en lo absoluto, solo pensaba que me había estado masturbando.
Reaccioné rápidamente y dije, —cuñada, pensé que te tardarías un buen rato en regresar.
—Quítate ese cojín, déjame ver. — Su tono cambió de repente.
Yo solté un —¿ah? — lleno de sorpresa.
Esto era algo demasiado embarazoso.
Pero mi cuñada insistió: —Ah, ¿qué? Ya he visto tu pene antes.
—Solo quiero echar un vistazo.
No entendía qué podía encontrar de interesa