—¡Qué coincidencia! —dijo Zorath con una sonrisa fingida:— ¿También vinieron a cenara este lugar?
¿También?
Qué comentario más absurdo. ¿A qué otra cosa se viene a un restaurante, si no es a comer?
Lucía, en cambio, no tenía ni una la más mínima pizca de paciencia. Lo miró de arriba a abajo y respondió con frialdad:
—Tú y Alicia aún no están divorciados. Legalmente, sigues siendo su esposo… y por lo tanto, mi cuñado.
Su mirada se volvió aún más severa, cargada de indignación.
—Y ahora apareces frente a mí con tu amante, como si nada. ¿No crees que ya estás cruzando todos los límites posibles?
Zorath se encogió de hombros con un aire despreocupado.
—Si me atrevo a llevarla frente a Alicia, ¿tú crees que me va a importar lo que pienses tú?
Los ojos de Lucía brillaban de furia contenida.
—Zorath… no abuses. Hasta la gente más tranquila tiene su límite. Y en la familia González no somos de los que se dejan pisotear.
Zorath seguía sonriendo como si le divirtiera toda esta situación.
—Lo sé