Media hora después, llegamos a El Rincón de Sabores.
Lucía ya nos estaba esperando. Llevaba un vestido ajustado que delineaba sin reservas su figura voluptuosa. No era de sorprender que varios hombres en el restaurante le lanzaran miradas furtivas, intentando disimular un poco su interés.
Sin decir una palabra, tomé asiento justo a su lado.
Luna captó enseguida la intención de mi gesto, pero no hizo ningún comentario al respecto. Su silencio decía más que cualquier frase.
Los hombres que la observaban, al verme a su lado, desistieron de sus miradas. Lucía, en cambio, me miró con una sonrisa traviesa en los labios.
—Con lo que acabas de hacer, ya espantaste a todos los galanes que querían venir a hablarme. Ustedes dos ya están satisfechos, pero… ¿y yo qué hago?
Luna se sonrojó y soltó una broma sin pensarlo:
—Pues deja que Óscar te dé un poco de satisfacción también.
Lucía levantó una ceja, como sorprendida por la sugerencia.
—¿Y tú me lo permitirías?
—No tengo por qué impedírtelo. Al f