Resulta que ese era su verdadero propósito.
En mi mente, la maldije una y mil veces.
¡Maldita! ¡Bien ponzoñosa que si es!
¡Pero ni muerto voy a dejar que se salga con la suya esa condenada!
Apreté con fuerza los dientes y dije con firmeza:
—¡Sigue soñando! No voy a hacer lo que dices, así que mejor lárgate de una vez por todas.
María, sin inmutarse, cruzó tranquila los brazos y me miró con calma.
—¿Estás seguro de que quieres echarme? Recuerda que soy una clienta.
—¡Segurísimo, completa y absolutamente seguro! —le recriminé ya harto de su actitud.
María dejó escapar una carcajada sarcástica y luego dijo:
—Bien. Pero te aseguro que pronto estarás rogándome que regrese.
Dicho esto, se dio la vuelta y salió apresurada de la habitación.
Sabía que lo siguiente que haría sería ir con el jefe a presentar una queja.
Pero eso me daba igual.
No iba a dejar que me manipulara por miedo a una simple queja.
Además, yo tenía pruebas de que era ella la que estaba causando problemas.
Confiaba por compl