—¡Maldita sea, ese cabrón de Manuel! No tiene corazón alguno.
Nunca imaginé que usaría un truco tan bajo. Realmente me dejó sorprendido.
Mario dijo: —Deberíamos contarle esto al jefe Aquilino, yo puedo ser el testigo.
—Olvídalo. Esos tipos no me hicieron nada grave. Además, Aquilino no va a despedirlo solo por este pequeño inconveniente.
—No podemos permitir que Manuel se quede, si lo dejamos, solo va a incrementar aún más su ira contra ti.
—No quiero hacer algo inapropiado. Mejor lo dejamos para después.
Mario me miró con una expresión de admiración: —Vaya, no te esperaba tan tranquilo. Cuando tenía tu edad, yo era mucho más impulsivo y precipitado.
—Óscar, siento que eres mucho más astuto que yo.
Pensé para mí mismo: ¿Por qué siento que no me siento orgulloso cuando me halagan así?
Sonreí ligeramente y me dirigí directamente al mostrador para pagar así la cuenta.
Mario me preguntó: —¿No vamos a esperar? ¿Y si llega la policía?
Le respondí: —En realidad, no llamé a la policía, solo lo