Una oferta tentadora

Me quedé mirando con total desconcierto mientras llevaba mi mano hacia mi mejilla enrojecida, ¿Qué acaba de pasar? Pensé, sintiendo un torbellino de emociones dentro de mí, la humillación y la vergüenza se mezclaron con la confusión y la ira.

—Esto es para que aprendas a no interponerte en mi relación con mi prometido —la mujer pronunció esas palabras con una voz cargada de satisfacción, como si hubiera logrado una victoria importante, me sentía como si estuviera atrapada en un mal sueño, incapaz de comprender cómo había llegado a esta situación.

—¡No sabía! —exclamé, mi voz era temblorosa por la mezcla de emociones que sentía en ese momento.

La mujer soltó una risa sarcástica y se burló de mi respuesta.

—¿Crees que soy idiota? ¡No dejaré que me quites lo que es mío! —sus ojos brillaban con rabia mientras hablaba.

Me sentí atrapada en una situación que no entendía por completo. ¿Quién era esta mujer? ¿Y qué tenía que ver con Massimo? Mientras trataba de procesar la información, me di cuenta de que la mujer no tenía intención de detenerse.

Avanzó hacia mí de nuevo, sentí el temor recorrerme mientras retrocedía lentamente, buscando una salida, la habitación se sentía cada vez más pequeña.

—¡No te atrevas a volver a acercarte a él! —gritó la mujer, mientras se abalanzaba hacia mí.

Mi mente corría a mil por hora, tratando de encontrar una solución, mi espalda chocó contra la pared, y me sentí atrapada.

La mujer había sobornado a un empleado del hotel para seguir los movimientos de Massimo, me di cuenta de que el dinero podía influir en las decisiones de las personas más de lo que yo quería admitir, me sentí vulnerable y expuesta.

Cubrí mi mejilla adolorida con una mano temblorosa, sintiendo la ardiente marca que dejó su bofetada, las lágrimas amenazaban con salir, pero luché por mantener la compostura frente a los empleados del hotel que nos observaban con curiosidad.

Ella continuó lanzando insultos y amenazas, humillándome con sus palabras, sentí una mezcla de rabia y miedo, en ese momento decidí detenerla.

Pero no fue necesario defenderme, poco después, observé cómo daba la vuelta y se alejaba, en ese momento sentí una mezcla de alivio y enojo. ¿Cómo podía alguien ser tan despiadado? Me sentía humillada y herida, pero también me reprochaba por dejar que me tratara de esa manera. 

Tomé mi ropa con manos temblorosas y me dirigí al baño, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer, me miré en el espejo, mi rostro estaba enrojecido, no podía evitar sentirme pequeña y frágil en ese momento.

Tenía que apresurarme e irme de ahí, no podía quedarme ni un solo minuto más en ese lugar donde me sentía tan vulnerable y expuesta, salí del baño, después de la habitación, sintiendo las miradas curiosas de los empleados del hotel sobre mí, me dirigí al hospital, necesitaba estar en un lugar donde me sintiera segura.

Mientras caminaba hacia el hospital, mi mente seguía dando vueltas a lo que había ocurrido, me sentía enojada por cómo me había tratado esa mujer, pero también me sentía 

enojada conmigo misma por haber permitido que eso sucediera.

Mi teléfono vibró con una notificación, y vi que había recibido otra transferencia de dinero.

Pensé en llamar a Massimo, tal vez había ocurrido un error y la transferencia se había repetido, antes de marcar, mi teléfono comenzó a sonar, era él, respondí de inmediato.

—Una bofetada vale diez mil dólares —fue lo que pronunció, el administrador del hotel le había informado lo sucedido.

—¿Por qué no me has dicho que estás comprometido? —expresé mi molestia sin dudarlo.

—¿Realmente importa? Soy un buen cliente —contestó con indiferencia, su voz dejaba entrever una falta total de remordimiento.

—No respondas a mi pregunta con otra pregunta, no estoy dispuesta a ser la amante que cause daño y haga sufrir a otra persona, no vuelvas a llamarme. 

 Corté la llamada completamente decidida, consciente de que Massimo tenía razón, era un buen cliente, pero el hombre debía comprender que no podía buscarme nuevamente.

Cuando entré en la habitación de Franco, nuestros ojos se encontraron y el nerviosismo se apoderó de mí, me movía de un lado a otro, buscando una sensación de calma que no conseguía hallar. 

Rogaba en silencio para que no notara que había estado llorando, no quería preocuparlo, no en su estado.

—¿Pasa algo? ¿Dónde has estado? —Franco parecía inquieto, y yo deseaba desesperadamente que no se diera cuenta de mi extraño comportamiento.

—Estaba trabajando, Franco —respondí, él percibió mi inquietud, y algo en su mirada me hizo sentir que estaba notando más de lo que quería mostrar, tal vez la bufanda que rodeaba mi cuello llamó su atención.

—¿No te sientes bien? —sugirió, como si pensara que un simple resfriado pudiera explicar mi temblor aparente.

—No, estoy bien —sabía que no lograba ocultar completamente la turbación que me invadía, me sentí culpable.

—Emilie, te lo repito una vez más, no vuelvas a buscarme, mi vida es un abismo sin salida, un pozo profundo del que no encuentro escape, vete y permíteme encontrar la paz en mi propia muerte.

Sentí una oleada de dolor al escuchar sus palabras, la enfermedad era una carga para él, y eso me destrozaba por dentro.

Deseaba con todas mis fuerzas hacerle entender que debía de luchar por salir adelante, que estaba dispuesta a hacer hasta lo imposible por ayudarlo, estaba a punto de discutir con él por lo que había dicho, cuando el médico especialista irrumpió en la habitación, en su rostro se reflejaba una amplia sonrisa.

—Me han entregado el presupuesto total del procedimiento, ya me han autorizado para hacerlo.

—¿Cuánto es el total? —Pregunté ansiosa.

—Son 500,000 dólares, por ser un caso especial, he logrado que el director autorizará un descuento. —No pude evitar toser ante la sorpresa de tan elevado monto.

—Ustedes me dirán cuando podemos proceder, se podría hacer el mismo día que liquiden el total del procedimiento.

—Le avisaré en cuanto tenga el dinero —dije con emoción, mi rostro se iluminó con la esperanza de la buena noticia, sin embargo, al mirar los ojos de Franco, vi la tristeza en su mirada, conocía la razón detrás de esa tristeza.

Cuando el médico salió de la habitación, Franco habló con resignación en su voz. 

—Emi, debes dejar que las cosas fluyan, sabes que es imposible conseguir esa cantidad de dinero.

Sus palabras vinieron acompañadas de un suspiro cargado de desaliento, como si se hubiera resignado a su destino.

—No, Franco, no me rendiré contigo, haré todo lo posible por conseguir el dinero, has sido mi apoyo y mi protector durante casi toda mi vida, eres como parte de mi familia, si hay alguien por quien vale la pena luchar en esta vida, eres tú —mis palabras salieron entre sollozos, y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

Franco bajó la cabeza, sintiéndose avergonzado por causar tantos problemas, había jurado cuidar de mí, y ahora se sentía impotente ante su situación. 

Más tarde, salí de la habitación donde Franco se había quedado dormido y me dirigí a la cafetería, anhelaba el reconfortante calor de una taza de café para calmar mi agitada mente.

Mientras bebía, mis pensamientos se dirigieron a Massimo, tal vez podría convencerlo de ayudarme, a pesar de que le había dicho que no me buscara más, sabía que necesitaba dejar a un lado mi orgullo.

Así que sin dudarlo, tomé mi teléfono para llamarlo, lo peor que podría pasar es que se negara a ayudarme.

—Massimo.

—¿Qué quieres? —respondió él con un tono cortante en su voz, noté que mis palabras le habían molestado.

—Necesito tu ayuda —dije, mordiéndome nerviosamente el labio después de pronunciar esas palabras.

—Puedes venir a mi despacho ahora, te esperaré aquí en treinta minutos.

Mi corazón latía con rapidez mientras me dirigía al edificio corporativo, me sentía nerviosa, pero también decidida a hacer lo que fuera necesario por Franco.

Minutos después, llegué al corporativo, a pesar de haber pasado por allí en algunas ocasiones, esta sería la primera vez que entraría en un lugar tan imponente.

El corporativo Mancini era la empresa de tecnología más grande de la ciudad y, quizás, del país entero, su importancia era innegable, y eso me abrumaba un poco.

Al bajarme del taxi y dirigirme hacia la entrada, me detuve en seco, el edificio se alzaba en toda su grandeza, al observarlo sentí una extraña inquietud que recorría mi cuerpo. 

Intenté identificar la fuente de esa sensación perturbadora, pero no pude, levanté la mirada y de repente sentí presión dentro de mí pecho, llenándome de temor.

Me encaminé hacia la recepción de la empresa, sintiendo cómo las miradas de las personas se clavaban en mí, mi vestimenta sencilla contrastaba fuertemente con aquel entorno, era obvio que no encajaba en ese mundo de lujo y ostentación.

Massimo me había enviado un mensaje con la ubicación de su oficina, así que, al entrar en el ascensor, apreté apresuradamente el botón que me llevaría al piso indicado, las alturas nunca habían sido mi lugar favorito. 

Desde niña, había desarrollado un temor inexplicable hacia ellas, no comprendía del todo por qué ese miedo se arraigaba tan profundamente en mi interior.

Las puertas del ascensor se abrieron y avancé por el pasillo hasta doblar la esquina, fue en ese momento que mis ojos se encontraron con los de una joven hermosa, sentada frente a una computadora, deduje al instante que ella era la secretaria de Massimo.

Según las instrucciones que me habían dado, debía anunciar mi llegada a través de ella, con una sonrisa tímida en los labios, me acerqué lentamente.

—Buenos días, señorita —saludé con amabilidad, aunque noté de inmediato la mirada altiva y despectiva que lanzó ante mi presencia.

—¿En qué puedo ayudarte? —respondió con un tono de voz desagradable, escudriñando mi aspecto de arriba abajo.

—El señor Massimo me ha pedido que viniera, me indicó que debía pasar a su oficina y que usted le avisaría de mi llegada.

El disgusto en el rostro de la secretaría no pasó desapercibido, sin esfuerzo por ocultarlo, procedió a informar de inmediato a su jefe sobre mi presencia.

—El señor Mancini ha solicitado su presencia en su oficina —anunció con claros signos de disgusto en la expresión de su rostro.

Me pregunté con curiosidad, al ver su desaprobación, qué quizás se preguntaba, ¿Qué tendría que buscar una chica como yo en aquella oficina? ¿Qué asunto podría tener una joven humilde como yo con su jefe?

Me dirigí hacia lo que suponía sería la oficina de Massimo, justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta, esta se abrió, revelando al hombre de pie frente a mí.

—Pasa —ordenó.

Sin  poderlo evitar, volteé a ver a la secretaría, en su rostro se notaba un gesto de extrañeza al ver la interacción entre nosotros, pude notar que tomaba su teléfono y empezaba a escribir algo.

Entre en la oficina, no pude evitar observar a Massimo con discreción, era la primera vez que lo veía vestido con traje, y aquel tono oscuro realzaba su atractivo a sobremanera.

Massimo me indicó que me sentara, mientras él ocupaba la elegante silla frente a su escritorio, con una expresión concentrada, comenzó a escribir en su computadora. esperabé ansiosa, sin atreverme a interrumpirlo. 

Sabía que un hombre como él debía tener asuntos importantes que atender, pasaron unos minutos y finalmente, sin apartar la vista de la pantalla, Massimo se dirigió a mí.

—¿Qué es lo que deseas? —La pregunta resonó en la oficina, dejándome con un sabor amargo en la boca, ¿Acaso no podía siquiera voltear a mirarme?

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