Punto de vista de Teresa
La mañana empezó como cualquier otra.
Llegué a la oficina a las siete y cincuenta, preparé el café de Rafael tal como le gustaba y me senté en mi escritorio para revisar la agenda del día. Nueve días para la boda. Toda la oficina bullía de emoción por ello: todos comentaban qué se pondrían, especulaban sobre lo lujoso que sería.
Yo mantenía la cabeza baja e intentaba fundirme con el trabajo.
A las diez y media se abrieron las puertas del ascensor y entró Belén.
Estaba perfecta como siempre: un vestido color crema que seguramente costaba más que mi alquiler mensual. El pelo le caía en ondas brillantes sobre los hombros y llevaba dos bolsas de un restaurante caro del centro.
«¡Buenos días!». Sonrió radiante a la recepcionista y se dirigió directa al despacho de Rafael.
Pasó junto a mi escritorio como si yo no existiera.
Llamó una vez a su puerta antes de abrir sin esperar permiso.
«¡Sorpresa, cariño! ¡Te he traído tu favorito!».
A través de las paredes de cris