8. Golpes injustos.
Decir que estaba realmente furiosa, era no dar crédito a lo que Mónica Cervantes estaba sintiendo en ese momento.
— ¿Cómo es posible que dudes de la palabra de mi esposa? ¡Esa maldita mujer hizo entrar esa serpiente a mi alcoba y aun así la estas defendiendo! ¡Exijo que la saques de nuestro hogar! ¡Ella no debe de estar aquí! —
Daniel se mantuvo completamente estoico, mientras su hermano le reprochaba.
— ¿Tienes pruebas de que lo que dices es verdad? — cuestionó tranquilo.
Mónica estalló. — ¡Mi palabra debería ser suficiente! ¡Soy la esposa de tu hermano! — gritó.
Mirándola con severidad, Daniel se levantó. — No vuelvas a elevarme la voz, mujer, recuerda que no estás por encima de mí, y lo que yo decida creer, no debes cuestionarlo, ninguno de los dos puede —
Eduardo apretó los puños, y salió enfurecido del estudio de su hermano con Mónica tras él. Mirando a su mayordomo, Daniel le ordeno acercarse.
—Tengo que salir, el cardenal de la Catedral de Exeter, ha solicitado una audiencia c