7. Falsos.

El canto de las aves rompía el silencio de la mañana, y las copas de los árboles, se mecían apaciblemente en el gentil viento. La servidumbre comenzaba su rutina diaria, y corría de aquí hacía allá preparando todo para el nuevo día. El aroma de los pastelitos que se horneaban en la cocina, llenaba los pequeños y los grandes espacios, y Emma se sintió nostálgica. Hacía un tiempo atrás, aquella había sido su vida diaria, y así habría seguido si aquella fatídica noche nunca hubiese ocurrido. Los hijos de los sirvientes, corrían alegremente en los jardines de servicio, y nuevamente, aquel doloroso nudo con el que llevaba peleando seis meses, le estrujaba la garganta, y el llanto reprimido, amenazaba con escapar, pero, no iba a permitírselo.

—Pareces demasiado nostálgica, ¿Todo esto te trae recuerdos? Es una pena que ya no seas la señora de este lugar. — la burlona voz de Mónica irrumpió en sus pensamientos.

Decidiendo no prestarle atención a esa maliciosa mujer que no había traído más que una sombra de la desgracia a su vida, Emma no se dignó a mirarla y caminó elegantemente hacia los largos pasillos que conducían a su habitación. Mónica se sintió furiosa y ofendida por aquel acto de descortesía e indiferencia. Tomándola del brazo, la forzó a detenerse.

— ¿Quién demonios te crees que eres? No pienses que solo porque has regresado a este lugar, vas a salirte con la tuya, yo soy la nueva esposa de Eduardo y el, estoy segura, en cuanto pueda, te arrojará de nuevo a la calle como aquella noche, después de todo, tú no eres nada, nunca has sido ni serás nada, así que no vuelvas a ignorarme, porque te haré lamentarlo. — amenazó Mónica.

Emma soltó una risa que hizo que Mónica apretara más su agarre sobre ella. Zafándose, la rubia miró a la castaña directamente a los ojos.

—Debes de estar realmente muy asustada si a pesar de ser la ex esposa de Eduardo, me ves como una amenaza. Tranquila, no tengo ningún interés en tu esposo o en ti, pero si estas tan asustada, ¿Por qué tu o tu esposo no le ordenan a la servidumbre que me saque de aquí? Oh, es verdad, no pueden hacerlo ya que el pobre Eduardo perdió su oportunidad de ser el próximo Duque de Balmoral, es una lástima, parece que estamos en la misma posición, solo estamos aquí porque Daniel Lancaster lo permite, que pena por ti. — se burló Emma.

Furiosa, Mónica quiso golpear el rostro de aquella mujer a la que tanto aborrecía.

—Eres una… — y alzando la mano, intentó abofetear a Emma.

— ¿Qué está sucediendo aquí? — cuestionó Daniel interrumpiendo el momento.

—Daniel, ella me insultó, y yo no puedo permitirlo, después de todo, ella es una… —

—Silencio. — ordenó el pelinegro interrumpiendo a su cuñada. — Ya he dicho que a Emma Borbón se le debe el mismo respeto que a mí, así que no te atrevas a levantar tu mano nuevamente contra ella. — demandó.

Mónica apretó los puños. Odiaba tener que obedecer a ese miserable que le arrebató el título a su esposo.

—Lo siento, su ducal alteza, pero mis hormonas me tienen enloquecida, y tener que soportar que esta mujer esté aquí…

—Emma es mi prometida, no tolerare faltas de respeto hacia ella, retírate. — dijo Daniel interrumpiendo nuevamente a Mónica, quien furiosa salió de allí.

—No tenía que defenderme, su alteza, soy perfectamente capaz de defenderme a mí misma. — y molesta, Emma salió de allí.

Daniel se mostró impávido, sin embargo, descubría que Emma Borbón, no sería fácil.

En sus aposentos, Mónica, completamente furiosa, miraba al próximo Duque dirigirse a los jardines desde su ventana. Todo aquello era insoportable, había luchado incansablemente para sacar de en medio a esa miserable mujer y así convertirse en la próxima duquesa de Balmoral, pero todo se había venido abajo. ¿Aquello era una mala broma?, la misma mujer de la que logro deshacerse, sería la próxima duquesa si no lograba sacarla de en medio nuevamente. Si Emma se casaba con Daniel, aquello, irremediablemente, pasaría, y ella quedaría relegada nuevamente. Tenía que impedirlo, tenía que impedir que esa mujer se saliera con la suya…y claro que lograría volver a sacarla de la vida de los Lancaster. Agitando su campanilla para llamar a la servidumbre, sonrió.

— ¿Llamó su señoría? — cuestionó una sirvienta solo unos momentos después.

—Tengo un pedido especial para la hora de la cena, nuestra incomoda invitada cenará por primera vez después de mucho tiempo en el castillo, así que, quiero que sea tan especial como debe de ser. — sonrió.

En los jardines, Emma regaba aquellas rosas blancas que una vez fueron la mayor pasión de anterior Duquesa de Balmoral. No sería fácil estar en aquel sitio, que, en primer lugar, le traía recuerdos demasiado dolorosos. Esa mujer, Mónica Cervantes, era el mismo demonio…pero ella, ya sabía cómo sobrevivir en el infierno.

—Saldré durante un rato, tengo asuntos que resolver — dijo Daniel sacando a Emma de sus pensamientos.

— ¿Y eso porque debería importarme? — respondió la rubia con indiferencia.

—He ordenado un banquete especialmente para ti esta noche, quiero darte una adecuada bienvenida, sin embargo, no sé si alcanzare a llegar a tiempo, mis deberes reales, debo cumplirlos — respondió el pelinegro de ojos celestes.

—Insisto, y eso, ¿Por qué debería importarme? Cenare, si es lo que le preocupa su alteza, pero no tengo ocasión alguna que celebrar. —

Y alejándose de los jardines, Emma no dijo nada más. No creía en la generosidad de su anfitrión, después de todo, era el hermano menor del hombre que arruino su vida. Daniel sonrió, quizás, alguna vez ella bajaría los brazos, pero no la culpaba por no hacerlo. Al mismo tiempo, una sirvienta recogía algo entre los grandes jardines.

La tarde, poco a poco coloreaba sus cielos de rojo, dando paso a la noche. Los sirvientes servían aquella majestuosa cena de bienvenida para la Borbón, y Mónica Cervantes dirigía a la servidumbre. Con una marcada expresión de aburrimiento, Emma bajaba al gran comedor, mientras la mirada de Eduardo Lancaster se cernía molesta sobre ella.

—Mi hermano no ha llegado aún, así que, cenaras con nosotros, y ya debes recordar las reglas de etiqueta, nadie comienza a comer hasta que el líder de la casa comience a hacerlo, y ausencia de mi hermano, el líder soy yo…

—No me interesa. — interrumpió Emma a su ex esposo. — Para mí tampoco es un placer cenar con ustedes, así que terminemos esta absurda farsa rápido. —

Eduardo apretó los dientes. Emma distaba mucho de la muchacha alegre y cariñosa que fue una vez, y ahora también era mal educada.

—Estos meses de mi ausencia te han hecho bastante mal, has perdido la clase. — respondió.

Emma sonrió. — Por el contrario, Eduardo, he aprendido lo que realmente me importa a mí, y créeme, complacerte no está entre las cosas que me importen — dijo entrando arrogante al gran comedor.

Sorprendido de aquella respuesta, Eduardo, furioso, también entró. Mónica ya los estaba esperando. Rodeados de servidumbre, la pareja de esposos miró retadoramente a Emma quien respondió con indiferencia y se sentó primero que ellos. Indignada y furiosa, Mónica alzo la copa de jugo de arándano en sus manos.

—Por obvias razones yo no puedo beber alcohol, pero quiero brindar por Emma Borbón, quien nos ha honrado nuevamente con su presencia, aun y cuando esperábamos ya nunca más tener que volverla a ver, por ti, querida. —

Molesto, Eduardo golpeo la mesa.

— Esto es intolerable, ¡No tienes que estar aquí! — gritó señalando a Emma quien lo ignoro y tomo el tenedor.

Mónica, en ese momento, soltó una risita. Poniendo atención a su plato servido, Emma notó como algo se movía velozmente entre la carne. Retrocediendo por inercia y poniendo atención, pudo ver como algunos insectos oscuros, corrían entre ambos platos, y como lo que parecían ser lenguas de serpiente, estaban entremezcladas con la pasta. Entonces, Mónica comenzó a reír más fuerte.

—Bienvenida a Balmoral, Emma Borbón, ¿O debería decir la pordiosera Borbón?, ten por seguro que recibirás toda nuestra hospitalidad. —

Y acercándose a Emma, Mónica derramó el jugo de arándanos sobre el blanco vestido de Emma, quien se mostró serena ante aquello. Eduardo, divertido por la cruel broma de su esposa, comenzó a burlarse también.

Poniéndose de pie, todos en el comedor guardaron silencio. Mónica, emocionada, esperaba ver que aquella miserable mujer saliera corriendo. Tomando su plato, Emma sonrió y depositó el contenido del mismo sobre la impecable comida de Mónica.

—Lo siento, pero mi lengua no es tan viperina como siempre ha sido la tuya, paso a retirarme, buenas noches. — y caminando elegante, con su vestido arruinado y el estómago revuelto, pero sin mostrar expresión alguna en su rostro, la rubia salió.

Pronto, los sirvientes comenzaron a murmurar, y Mónica se sintió ofendida y humillada. Eduardo, por el asco de ver aquellas sabandijas en la comida de su esposa, salió corriendo al baño. En su habitación, Emma se cambió el vestido y no derramo una sola lágrima. Sabía que aquello era el comienzo, y no les daría el placer de verla sufrir.

— ¡Cassio! — gritó a uno de los sirvientes presentes quien se acercó de inmediato. — ¿Aun quedó alguna de las serpientes con vida? — cuestionó furiosa y el sirviente asintió atemorizado. — Bien, quiero que la lleves a mi alcoba, y que la piel muerta de las demás, quede fuera de la habitación de Borbón —

Pronto, cada alma se hallaba en sus habitaciones, y Daniel Lancaster llegaba al castillo. Un grito aterrador, sin embargo, resonó por todo el lugar, encendiendo la alarma en todos. Los gritos, provenían de la habitación de Mónica y Eduardo.

— ¡Mátala!, ¡Mátala! — gritaba Mónica mientras Eduardo golpeaba al indefenso animal con un bastón metálico. Pronto, el animal dejo de moverse.

Entrando en la habitación, Daniel vio al ponzoñoso reptil en las manos de su hermano. Eduardo, arrojo aquella serpiente a los pies del futuro Duque.

—Tienes que sacar a esa mujer de aquí, por una inocente broma de mi esposa, ella ha hecho entrar a ese animal venenoso en nuestra alcoba, ¡Quería dañar a mi esposa y mi hijo! — gritó enfurecido mientras Mónica sollozaba falsamente en una esquina.

Mirando a Daniel, Mónica río para sus adentros, pronto, lograría que esa maldita mujer quedara descartada.

Sin decir nada, Daniel tomó al animal y salió de las habitaciones para caminar directamente hacia la alcoba de Emma, quien estaba fuera de la misma al escuchar semejante escándalo. Arrojando la serpiente a sus pies, Daniel la miró directamente a los ojos.

— ¿Tu hiciste esto? — cuestionó con seriedad.

Emma se mostró calma, y tomó al pobre animal en sus manos. Aquello, naturalmente, había sido obra de Mónica Cervantes.

—Por favor, llévenle afuera. — ordenó a uno de los sirvientes y luego miro a Daniel a los ojos. — No, yo no lo hice, pero no me interesa si me cree o no, su alteza. — se mantuvo firme.

Daniel vio que no había mentira alguna en su mirada. Acercándose a ella, Emma se mantuvo tranquila, y viendo que el próximo Duque levantaba la mano, no se movió de su sitio aun si este iba a golpearla. Sin embargo, fue una caricia en su cabeza lo que recibió.

—No creo que tú lo hayas hecho, regresa a dormir. — ordenó.

Viéndolo retirarse, Emma se sorprendió. Ese hombre, ¿Le creía? Tal vez, y solo tal vez, Daniel Lancaster, no era igual que su hermano. Desde una esquina, furiosa, Mónica había observado aquello.

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