— Emma…ya no se que es lo que debo de creer, ya no se que es verdad y que no lo es…cometí un error contigo, y aún cuando realmente ya no sé si me fuiste infiel o no, nunca debí sacarte a morir en esa tormenta…todo esto, es culpa mía y yo…lo lamento. Por favor, permíteme compensar lo que te hice. Por favor, perdóname. — dijo Eduardo apenas sin voz.

Emma sintió como su sangre hirvió durante un momento, y caminando hacia Eduardo Lancaster lo miró fijamente a los ojos. Aquel hombre que ahora lucía demacrado y sufrido, aquel hombre al que había amado, jamás podría repararle nada de lo que le había hecho. Abofeteando su rostro, Eduardo no se movió de su sitio, y se arrodilló ante ella sin decir palabra alguna.

— Jamás podrías compensar mi pérdida ni mi dolor, jamás podré perdonarte, lo que tú nos hiciste, no tiene perdón. Adiós, Eduardo Lancaster. — dijo Emma.

Desesperado, Eduardo abrazó a Emma Borbón contra su pecho. Ella era la mujer que amaba, ella era la mujer que amaría por siempre, y