Mundo ficciónIniciar sesiónAquellos caminos eran familiares. Emma Borbón recordaba esos senderos que llevaban hacia el viejo castillo de Balmoral y que hablaban de una vieja historia de amor, en que una princesa en desgracia, era rescatada por un príncipe que juró protegerla, aun cuando sus familias habían decidido sus destinos. Por aquellos senderos arbolados que la recibieron por primera vez en una primavera hacía ya un año, caminó muchas veces tomada de la mano de su ex esposo. La última vez, recorrió aquel camino empedrado durante una cruel tormenta en pleno invierno, sola, casi desnuda, descalza, y con el alma hecha pedazos. Apenas y si había logrado sobrevivir gracias a aquel buen samaritano que la rescató esa noche.
Estaba regresando a Balmoral nuevamente en primavera. Quizás, aquello era una cruel manera que el destino tenía para burlarse de ella. “Debes de ser fuerte, nuestro regreso a la monarquía es inminente, pero no debes arruinarlo esta vez” Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios. Su madre tan solo se preocupaba por recuperar todo lo que los Borbón habían perdido. “No te preocupes, mi amor, si no te sientes lista, puedes dejarlo, no importan esos títulos, lo que es realmente importante es que tú te encuentres bien.” Su padre no quería que ella regresará a sufrir bajo el mismo techo que las dos personas que habían arruinado su vida, pero no tenía el valor de oponerse a la voluntad de su esposa o de la reina. Mostrando una sonrisa ladina, miró con desprecio esos senderos que como una ingenua enamorada recorrió una vez. Aquellas, las tierras de los Lancaster, deseaba verlas arder, y aquel par de miserables que le arrebataron todo, quería verlos arrodillarse ante ella. Ese era el castigo que merecían recibir, y ella, está vez, esperaba ser el verdugo. Pronto, la silueta solemne del castillo, se dibujó en medio del paisaje, y la rubia se preguntaba, ¿Cómo estaban recibiendo la noticia esos dos? — ¡Esto es inconcebible! ¿Por qué tenemos que recibirla? ¡Ella ya no es la señora de estas tierras, lo soy yo! ¡De ninguna manera voy a aceptar esto, aunque sea la orden de su majestad! — gritaba Mónica Cervantes completamente fuera de sí. Daniel bebía tranquilamente de su taza de té, mientras observaba como su estúpido hermano mayor, intentaba calmar a su desalmada y caprichosa esposa. — Tranquila, cariño, sabes que no podemos negarnos a una orden de su majestad, así que deberás aceptarlo, igualmente, veré qué ella no se meta contigo, tú eres mi esposa y ella no es nadie. — aseguraba Eduardo Lancaster. Daniel casi quiso reír al escuchar a su hermano decir eso. Llamando con una señal a una de las sirvientas, el apuesto hombre de cabellos negros y ojos celestes, susurró una indicación al oído de la empleada. Aquello daría comienzo, y el, con todo gusto, sería quien levantaría el telón. — Da lo mismo lo que opinen, ella no viene a verlos o a convivir con ustedes. Será mi protegida, así que, un acto en su contra será como hacerlo conmigo, y dado que yo seré el nuevo Duque de Balmoral, ustedes, no tienen nada que reprocharme. Está es mi decisión y de su alteza, así que, o amarras la vulgar y molesta boca de tu esposa, hermano, o deberán ir buscando en dónde vivir. Esto no está a discusión. — dijo terminante. Eduardo apretó los puños mientras miraba directamente a los arrogantes ojos de su hermano menor. De alguna manera, se decía a sí mismo, Emma había sobrevivido a la tormenta aquella noche, y no fueron pocos los que supieron lo que él y Mónica habían hecho. La nueva reina, sin ninguna contemplación, había elegido a Daniel como el próximo Duque de Balmoral aún en contra de los deseos de sus padres. Sin embargo, no estaba dispuesto a renunciar a lo que le pertenecía por derecho. — Tu solo heredaras el título por el deseo de la reina, pero todos sabemos que no lo mereces. Eres el hijo menor de los Lancaster, ¿Por qué habrías tú de recibirlo?, yo no voy a aceptar a esa mujerzuela en mi casa, estoy esperando al hijo de tu hermano, tu sobrino, ¿Por qué debo tolerar la presencia de esa mujer en mi hogar? — dijo con voz fingida y sufrida la mujer de cabellos castaños. En ese momento, las puertas de aquel salón se abrieron, revelando a Emma Borbón ante todos. — Porque fue una orden de su majestad, querida Mónica, o dime, ¿Acaso estás dispuesta a desobedecer? — cuestionó la hermosa rubia interrumpiendo la discusión. Aquel lugar se había quedado en silencio. Ataviada en un costoso y elegante vestido negro, sus ojos violetas miraron desafiantes a aquellos que le habían arrebatado lo más valioso. Desde aquella noche en que perdió a su hijo, ella no vestía de otro color como un luto auto impuesto. — Maldita… ¡¿Cómo te atreves a hablarme así!? Soy la esposa del Conde de Balmoral, y tú, solo eres una plebeya — dijo Mónica acercándose a la rubia. — Puedo ordenar que te corten la lengua de inmediato. — aseguro. Emma sonrió. — Por favor, hazlo, quiero que en este momento órdenes que me corten la lengua, por supuesto, si tienes realmente la autoridad para hacerlo. No he olvidado lo que ustedes dos me hicieron, y para mí será un gran placer convertirme en una enorme molestia — respondió para luego acercarse a la oreja de la castaña. — No dejaré que tengas un solo momento de paz, Mónica. — dijo como una promesa. Eduardo se acercó para retirar a su esposa. Mirando a Emma, pudo ver qué aquella mujer ya no mostraba una mirada dulce e ingenua. Había cambiado, parecía mucho más madura…mucho más hermosa. Sin embargo, los recuerdos de su traición lo llenaron de ira, y levantando la mano para golpearla, gritó. — ¡No le faltes el respeto a mi esposa! — Emma no se movió de su sitio ni mostró temor alguno. No le daría el placer de ver miedo alguno en ella. Sin embargo, en ese momento la mano de Daniel lo detuvo. — No te atrevas a tocarla, Eduardo. — dijo el pelinegro doblando dolorosamente la mano de su hermano mayor. — Daniel, ¡Ella no debería de estar aquí! — gritó Eduardo. El joven heredero sonrió. — Mónica, aun cuando eres la esposa de mi hermano, no tienes autoridad alguna de ordenar una barbarie, y ni siquiera mi padre, el actual Duque, tiene la autoridad para ordenar semejante atrocidad. Así que, quiero que todos escuchen con atención lo que voy a decir. — dijo para todos los presentes. — Desde este momento, Emma Borbón será tratada con el más grande respeto, tal cual, y estuvieran tratando a mi persona, pues desde este momento, está mujer será mi prometida, y no permitiré que nadie le falte el respeto a mi futura esposa, ¿Les ha quedado claro? — En ese momento la sorpresa e indignación se había apoderado de toda alma presente en el sitio. Incluso Emma, no tenía idea de lo que estaba pasando.






