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La venganza de la reina
La venganza de la reina
Por: AnonimoLiterario
1. El acto cruel que lo cambio todo.

— Levántate, maldita zorra, y vete; quiero que te largues de mi castillo tan pronto como te levantes…no eres más que una asquerosa traidora que me ha engañado, y el bebé que esperas, de ninguna manera puede ser mío. — decía Eduardo Lancaster con el odio sulfurando desde sus ojos azules.

Emma se tocó la mejilla mallugada por aquella bofetada que recibió de su esposo y que la derribó en el suelo, luego de ser cruelmente acusada de una infidelidad que jamás cometió. Alzando su vista hacia él, notó con pesar aquella cruel mirada en Eduardo Lancaster, el hombre que prometió amarla y protegerla frente al altar y sus padres para toda la vida, y que sin ninguna culpa se había estado revolcando otra mujer todo ese tiempo. El, había preferido creer en las palabras de la otra.

Había preferido creerle a su amante.

— Eres tan blando, cariño, pero, ese vestido que la perrita lleva puesto es demasiado costoso, mucho más de lo que merece una sucia infiel como ella. Al final, demostró ser la escoria te dije que era desde el principio, es una pena que tus padres la eligieran para ser tu esposa tan solo por su decadente apellido. — dijo Mónica Cervantes, acercándose a Eduardo para susurrar en su oído. — ¿No crees que ese vestido se verá mejor en mí? Ahora que seré tu esposa, y que sabes que yo jamás te traicionaría, debo de verme exactamente a tu altura mi amor…y sería un completo desperdicio que ella se llevase ese vestido… —

Eduardo miró con desprecio a aquella sucia mujer. Había sido un completo estúpido por haberla amado a pesar de todo. Emma Borbón había demostrado ser exactamente el tipo de mujer que temía desde el principio…una marginal traidora que solo tenía un elegante y ancestral apellido. Acercándose a ella, forzó a Emma a ponerse de pie y la miró directamente a sus ojos violeta que una vez había adorado, luego, vio su abultado vientre de siete meses de embarazo. Luego, se alejó.

— Eres tan ruin que me acusas a mí de tener un amante cuando eres tú quien ha metido a esa mujer en nuestra cama. ¿Cómo te atreves? — Emma cuestionó indignada.

Eduardo se río al mismo tiempo que Mónica.

— Oh no querida, yo no soy la amante de Eduardo, desde hoy soy su mujer, su verdadera mujer y así debió de haber sido siempre, ahora, miserable, firma esos papeles y libera a mi hombre del lastre que eres, un apellido prominente, pero en la ruina, no es digno para el heredero de los Lancaster, si no lo haces, Eduardo hará que la familia de tu padre deje de recibir el apoyo de la reina, y no creo que quieras que tu familia pierda más de lo que ya ha perdido… ¿O si Emma? — cuestionó Mónica con crueldad.

Mirando a Eduardo, Emma supo que él estaba dispuesto a arruinar aún más a su familia. Tomando aquellos papeles de las manos de Mónica, Emma puso su firma en ellos. Desde ese momento y para siempre, ella y Eduardo eran libres del otro.

— Te vas a arrepentir de esto…Eduardo. — musitó.

Acercándose nuevamente a Emma, Eduardo la tomó por la barbilla para contemplar su rostro. Aquella mirada no derramaba lágrimas, y el, lo odió.

— Mónica tiene razón, no mereces nada más de mí que no sea mi desprecio. — dijo Eduardo con crueldad.

Y haciendo uso de su fuerza, Eduardo rápidamente comenzó a arrancar bruscamente aquel vestido del cuerpo de su ahora ex esposa, hasta dejarla en ropa interior. Emma, apretando sus puños ante aquel acto cruel, se mordió el labio inferior negándose a derramar una sola de sus lágrimas, pues no iba a darles el gusto a esos dos miserables de verla rota y herida como se sentía en ese momento.

— Que patética eres, Emma, pero eso te pasa por creer que alguien como tú, de tu…calaña, podría ser la digna esposa de Eduardo Lancaster, el próximo Duque de Balmoral. — dijo Mónica pavoneándose con aquel vestido que le fue arrancado a Emma en sus manos.

La risa burlona de aquella mujer que tan solo se había dedicado a instigar y crear falsos rumores contra ella desde el primer instante en que puso un pie en el castillo Balmoral, resonó en aquella habitación. Los sirvientes habían volteado la mirada para no verla casi desnuda, maltratada y humillada; sus damas, sollozando casi en silencio, prefirieron salir corriendo de allí.

— Ven aquí maldita traidora, ahora verás porque no debiste traicionarme jamás. — y tomándola del brazo con demasiada fuerza y brusquedad, Eduardo comenzó a empujarla en dirección a la enorme y vieja puerta que una vez la vio entrar como la esposa de aquel hombre al que ella amó desde que era una niña, y ahora, la veía salir sumergida en la humillación.

— Yo no te traicionaría jamás, Eduardo, pero si has decidido creer a esa mujer antes que, a mí, entonces, que así sea. Algún día, volveremos a vernos las caras y te lo juro, haré que te arrodilles frente a mí. — dijo con voz firme la hermosa mujer de cabellos rubios y piel tan blanca como la nieve que era arrojada con violencia y crueldad fuera del castillo.

Mirándola con odio y sin ningún tipo de miramiento, Eduardo Lancaster arrojó con crueldad a Emma Borbón casi desnuda hacia afuera, haciendo que está rodará las escaleras hacia abajo haciéndose daño. Emma, desesperadamente intentó cubrir con sus manos su abultado vientre, golpeándose con violencia en él.

— Escúchame bien, Emma, tú nunca has sido nada sin mí y jamás serás nada si no estoy a tu lado, el día que vuelva a verte y si tienes más poder que yo, entonces, me arrodillaré ante ti, mientras tanto, intenta sobrevivir a la nevada, porque nadie aquí, va a ayudarte. — aseguró Eduardo lanzando una mirada amenazadora y severa a la servidumbre.

Emma pudo ver aquella sonrisa triunfal y burlona en Mónica Cervantes, y un profundo desprecio y rencor en Eduardo Lancaster. Levantándose a duras penas, y tocándose el vientre temiendo por la vida de su hijo o hija, la mujer les dio la espalda a ambos y caminó por el viejo sendero empedrado que una vez la recibió con regocijo.

Ella volvería a ese lugar, y haría que esos dos miserables pagarán por lo que le habían hecho, se lo prometió a sí misma.

Mónica Cervantes se abrazó de Eduardo Lancaster mientras miraba a Emma marchando casi desnuda entre la nieve. Todas aquellas mentiras que le había dicho al hombre que deseo para ella siempre, finalmente dieron resultado después de todo un año, y ahora ella, y nadie más que ella, sería la esposa de Eduardo Lancaster, la única mujer que calentaría su cama.

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