Capitulo 2

Esperé mucho ese momento e imaginé todas las reacciones posibles que podía tener cuando me viera, pero jamás imaginé que ni siquiera llegaría a tener un triste déjà vu o al menos que me preguntara si me conocía de algún lado. Me había destrozado la vida y ni siquiera me recordaba.

—Espero que cumpla con mis expectativas —empezó a decir después de estrecharme la mano—. Me gusta la gente puntual, ni se le ocurra llegar tarde y, por dios, compre ropa nueva. De ahora en adelante trabajará para Bigmax y tiene que estar a su altura.

Tras decir eso se marchó. Yo me quedé en el mismo sitio, petrificada hasta que fui abordada por Lurdes.

—No te lo tomes personal, don Antoni es un poco exigente con la vestimenta de sus empleados. Y no te preocupes por lo del dinero, la empresa cubre los gastos. Ven conmigo, bajaremos al almacén. Ahí Maxi y Julia tomarán las medidas.

—¿Medidas?

Lurdes se echó a reír al ver mi cara.

—¿Pensabas que comprarías ropa de otras marcas? Será para que te echen mañana mismo.

Las dos caminamos hasta el ascensor y comenzamos a descender.

—¿Cómo es Antoni Casterly?

—¿Don Antoni? —la mujer me miró a través de sus lentes—. Llevo años suficientes trabajando para él como para decir que si lo conoces bien te das cuenta de que es un buen hombre.

—Y... —carraspeé—. ¿Está comprometido? ¿Casado?

La anciana me miró con una sonrisita pícara.

—No te cortes, niña, aquí todas suspiran por él. Y sí, es soltero.

Me relajé al ver que estaba entrando en confianza.

—¿Usted no? Digo, ¿no suspira por él?

Se echó a reír y se tapó el rostro aparentemente avergonzada.

—Por supuesto que yo también. Aunque tiene la edad de mi hijo.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor y quedé deslumbrada ante lo que vieron mis ojos. Entramos a un salón enorme plagado de chicas que cortaban y cosían telas de los tonos y colores más variados.

—Todos ponen esa cara cuando lo ven por primera vez —me aseguró la mujer—. En este lugar surge la magia de Bigmax. Aquí se crean los vestidos más elegantes, la ropa que toda mujer sueña vestir…

—¡Qué ven mis ojos! —chilló una mujer alta de tobillos salidos y naríz respingada.

—Julia, esta es Mary Elizabeth, la nueva secretaria personal de Antoni.

—Uh la la. Es hermosa —me observó de arriba hacia abajo y luego se volteó hacia Lurdes—. Oye, ¿por qué permites que Daniela se lo ponga cada vez más difícil al pobre?

—¿A qué se refiere? —pregunté haciéndome la ingenua.

—Que eres hermosa y él un hombre en todo sentido de la palabra. Al menor descuido ¡Sas! Te saltará encima.

Se me escapó una risita.

—Al parecer no soy su tipo. Ni siquiera me miró.

Ella y Lurdes se miraron, pero antes de que pudieran decir nada apareció el tal Maxi y la locura comenzó. Me subieron a un pequeño banco y comenzaron a hablar y hablar y a anotar y medirme hasta que me dejaron en paz y pude regresar a mi planta. Lurdes me explicó que ese día solo era para mostrarme lo que sería mi trabajo. Al finalizar con mi oficina me indicó que me podía marchar.

Al llegar a casa me encontré con Ellie en el pasillo. Al ver su cara supe de inmediato que algo no andaba bien.

—¿Le pasó algo a mi hijo? —pregunté de inmediato.

—Es su asma de nuevo. Está acostado.

Solté mi bolso de inmediato y corrí hasta nuestra habitación. Lo encontré encorvado. Tenía los ojos muy abiertos y respiraba con dificultad.

—¿Le diste aerosol? —le pregunté a Ellie mientras me acercaba a él.

—Sí.

Le pasé la mano por la frente y lo acaricié de esa forma que tanto le gustaba. Mi hijo tenía apenas 8 años y era un encanto de niño. Ojos azules, cachetes rollizos y cabello castaño, lo más hermoso que había visto jamás. A veces me preguntaba cómo había podido salir de mí un ser tan perfecto, luego recordaba quien era su padre y lo entendía.

—Ya estoy aquí —le susurré al oído—, pronto va a pasar.

El niño me miró y al ver que era yo se incorporó un poco y recostó la cabeza en mi regazo. Estuve ahí hasta que se quedó dormido y sus respiraciones se hicieron más pausadas. Al cabo de unos minutos salí de la habitación para dejar que durmiera tranquilo.

Me di un baño y al salir encontré a Ellie sentada en el sofá hojeando una revista. Sabía que solo fingía que estaba distraída. Bien que notaba como me observaba de reojo. Además, la revista estaba al revés.

—Si quieres preguntar algo, adelante.

Mi amiga sonrió. Tomé mi cena del microondas, la serví en un plato y me senté del otro lado del sofá.

—¿Lo viste? —asentí—. ¿Y cómo fue? ¿Crees que te reconoció?

—El muy capullo no me recuerda. Ni se inmutó al verme. Para él solo soy su empleada, una don nadie que solo busca un buen empleo.

—Si supiera que esa desconocida tiene un hijo suyo...

—Si supiera —la corregí apuntándole con la cuchara—, que esta desconocida sólo tiene ganas de empujarlo de lo alto del mismísimo Bigmax.

Las dos nos comenzamos a reír. En ese momento apareció Tobi estrujando sus lindos ojos. Tenía el cabello revuelto y las mejillas más rojas de lo habitual. La marca de las sábanas se percibía en un costado del rostro.

—¿De qué se ríen? —preguntó el chico sentándose entre las dos.

—De un cuento que me hizo tu mamá, uno muy gracioso.

Mi hijo miró a Ellie con curiosidad.

—¿Me lo puedes contar?

—Había una vez —comencé a hablar tras dejar de masticar—, una chica muy ingenua que vivía en lo más profundo del bosque. Un día apareció un príncipe en un corcel blanco y, de la nada, le juró amor eterno. La chica, como era ingenua, creyó en él y terminó sufriendo pues el príncipe no la amaba. Después de años la chica fue hasta su castillo, se hizo pasar por su empleada y se vengó de él. Fin.

—Eso no es gracioso. —se quejó el niño.

—Creeme cuando te digo que para la chica sí que lo fue.

Esa noche no pude dormir bien, cada vez que cerraba los ojos lo veía frente a mí con su mano estirada y esa sonrisa de canalla grabada en su rostro. Antoni Casterly era atractivo a más no poder, era encantador, inteligente, sabía hacer chistes y conocía al dedillo las reglas para caer bien, pero quizás su mayor fortaleza estaba en sus ojos. Cuando te miraba sentías que te estaba haciendo una radiografía, y te era difícil apartar la mirada. No era incómodo, sino todo lo contrario. Era como verte a ti misma reflejada en su mirada, ver todo lo que deseas y anhelas.

Cuando por fin me estaba quedando dormida me entró una llamada de un número desconocido.

—Diga...

—Mary Elizabeth, soy Antoni, disculpa por llamarte a esta hora.

Me incorporé alarmada y, sin darme cuenta de que él no me podía ver, me peiné con la mano.

—No... no importa, me puede llamar a cualquier hora. ¿Qué se le ofrece?

—Te llamaba para decirte que estás despedida.

Abrí los ojos alarmada.

—¡Qué! Pero… ¿Qué hice mal?

Escuché una risa ronca a través de la línea y sentí como otras personas se reían.

—Es broma, solo te llamaba para pedirte que llegaras más temprano mañana, tenemos que hacer un pequeño viaje. No tienes que traer nada, con el celular tendrás suficiente.

Cerré los ojos mientras relajaba mis hombros. Aquel hombre me quería matar del corazón.

—Está bien, hasta mañana entonces.

—Hasta mañana, y disculpa si te asusté.

—No, no importa.

Al colgar me quedé unos segundos con el celular en el oído. ¿Qué acababa de ser eso? ¿Una broma? Porque, definitivamente, no me había dado ni pizca de ganas de reír.

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