Mundo de ficçãoIniciar sessão
Viena Myers
—¿Vas a pensar en mí mientras cenas con tu padre? La voz de Milo se escucha divertida, y yo, del otro lado de la pantalla, suspiro. —Sabes que sí. Espero cada sábado nuestra cita por videollamada, pero ahora por su culpa no podré verte... te voy a extrañar más de lo que ya lo hago. Hago un puchero antes de poder detenerme. —Yo también te voy a extrañar, Vi. Pero aprovechemos este tiempo, mejor. ¿Qué crees que quiera? Se me escapa un resoplido. —No sé, no estoy segura. Lo único que tengo claro es que no lo soporto y que últimamente ha estado incordiando más de la cuenta. Los ojos grises de mi novio me observan con compresión. Él sabe lo que Albert Myers significa para mí. Es mi padre, pero no uno de los buenos. —No vayas —dice Milo, directo, sin pensarlo dos veces—. Si lleva semanas buscándote para una cena, no es precisamente para decirte lo mucho que te quiere. —¿Y qué hago? —respondo, dejándome caer contra el respaldo del sofá—. Si no voy, me manda a buscar. Ya sabes cómo es. Milo suspira, se pasa la mano por el cabello y se queda un segundo en silencio. —Viena, no me gusta. Albert no te llama para “cenar”, te llama para controlarte. Quisiera decirle que no es así. También quisiera decirle que no sé qué parte de mi vida quiere controlar. Pero lo sé perfectamente. Conseguí dos años de libertad, avanzando con el tercero, por supuesto que no se iba a quedar de brazos cruzados. El compromiso que tiene planeado para mí cada vez está más cerca y no sé cómo decirle a Milo, además de no tener idea de cómo evitar la decisión, y orden, de mi padre. —Ya lo sé —murmuro, bajando la mirada—, pero no puedo desaparecer de su radar por completo. Mientras me mantenga estudiando, tengo margen. Si empiezo a desafiarlo demasiado, me va a obligar a volver a casa. «Y otro par de cosas que no me atrevo a decir». Él entrecierra los ojos, con un gesto que mezcla rabia y preocupación. —Podrías quedarte conmigo. Mi corazón se acelera de solo escucharlo. Siento mis mejillas arder, porque no hay nada que quisiera más que eso, pero debo contenerme. Debo ser realista y entender que mi historia con Milo tiene fecha de caducidad si de mi donador de espera depende. —Milo… —susurro, sin saber del todo qué decir a eso. —No pongas esa cara —replica enseguida, con una media sonrisa que apenas suaviza su tono—. No lo digo solo por lo obvio, aunque también me encantaría. Digo que conmigo estarías a salvo. Tu padre no puede hacerte nada si dejas de depender de él, podemos vivir en mi casa de New York... Me muerdo el labio. No es la primera vez que lo dice, pero cada vez que lo hace, siento que mi pecho se aprieta un poco más. Pero Milo y yo llevamos saliendo poco más de seis meses, no podemos volvernos locos. Sobre todo porque él es el mejor amigo de mi hermano mayor, y Aston no tiene ni jodida idea de lo que ambos sentimos. «Tampoco creo que lo entienda». —Y si se entera de lo nuestro, va a destruirte —le recuerdo, bajito—. No le temblaría la mano para hacerlo. —Que lo intente. No soy un niño, Vi. Y tampoco soy un don nadie. Ver su expresión hace que mi estómago se retuerza con nervios. Milo es un Prince, una de las familias más ricas e influyentes en Washington D.C.. Sé que tendría respaldo de necesitarlo, que su solo apellido es suficiente para infundir respeto. Pero no pondré eso a prueba. Prefiero mantenerlo alejado de mi padre y sus manos negras. —No, pero él sí es un monstruo —le corto con un suspiro, más cansada que molesta—. No quiero que te metas en su línea de fuego. Milo se inclina hacia la cámara, como si eso acortara la distancia. —Entonces prométeme que no vas a dejar que te arruine la noche —dice Milo, bajando la voz. Su tono cambia, se vuelve más suave, casi cómplice—. No importa lo que diga, ni lo que quiera imponerte, esta vez no vas a dejar que te robe la calma. Lo miro en silencio, sin saber si habla solo de la cena o de algo más. —Intentaré no dejar que lo haga. Porque por desgracia, mi padre tiene demasiada influencia sobre mí. Me convenzo de que no, de que sí soy capaz de negarme a sus caprichos, pero en la realidad no es tan así. Siempre encuentra la manera de manipularme. Mi mayor miedo siempre ha sido mi propio padre. ¿Qué tan traumático es eso? —No “intentes” —replica, con una sonrisa ladina—. Hazlo. Y no te preocupes tanto, ¿sí? Falta poco para que nos… —se detiene un instante, como si pensara en algo—. Esta semana va a mejorar. Te lo prometo. Frunzo el ceño. —¿Qué quieres decir con eso? —Nada, solo… que tengo una corazonada. —Se encoge de hombros, pero hay algo en su mirada que me hace sospechar que guarda un secreto—. Ya verás. —¿Por qué me suena a que planeas algo? —Me sale una risita nerviosa. —¿Yo? Jamás. —Su tono fingidamente inocente me hace rodar los ojos—. Soy un chico tranquilo, estudiante responsable, sin ninguna intención de secuestrar a su novia y llevársela a otro país. Me río, porque sé que lo dice medio en broma y medio en serio. —Eres un idiota. —Y tú estás sonriendo —dice con más seriedad, como si se sintiera orgulloso de sí mismo—. Misión cumplida. La sonrisa se me escapa del todo, es inevitable. —No sé cómo lo haces. Sigo sorprendiéndome de todo lo que Milo y yo tenemos. De lo bien que nos complementamos, lo satisfactorio que se siente vivir esto con él. —Es fácil, porque me importas más de lo que admito. La frase cae tan natural que se me corta la respiración. Hasta el momento no hemos confesado nuestros sentimientos, por más que sea obvia la manera en que nos sentimos. Decirle que lo amo es lo que quiero, y si no lo he hecho, es porque dentro de todo, temo que no funcione. Por las rencillas de mi papá. Por la posición de Aston entre Milo y yo. Él también lo nota y desvía la mirada, rascándose la nuca. —Bueno… lo que quiero decir es que quiero verte bien, nada más. Trago saliva, con el corazón latiendo más rápido de lo que debería y con unas ganas inmensas de decirle que a mí también me importa mucho. —Gracias por eso —susurro, con la voz apretada. —Siempre. —Sus ojos se suavizan—. Llámame cuando llegues a casa, ¿sí? Quiero saber que estás bien. —Está bien. Por un momento, ninguno dice nada, solo nos quedamos mirándonos a través de la pantalla, como si bastara con eso. —Buenas noches, Vi. —Buenas noches, Milo. Antes de cortar la llamada, me dedica una sonrisa tan genuina que me deja sin respiración. Me quedo con las ganas de continuar con nuestros planes. Siempre elegiré su compañía, así sea virtual, por encima de cualquier cosa.






