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Capítulo 46 – El Último Acto

Sasha

La noche ha caído, pesada y silenciosa, envolviendo la ciudad con un manto oscuro. Las luces de las calles parpadean, como estrellas muertas que intentan volver a encenderse, pero la sombra de la guerra es más fuerte, más persistente que el brillo de la esperanza. Camino en silencio al lado de Adrian y Dante, nuestro trío nuevamente unido, pero con una nueva tensión, una conciencia compartida de que todo lo que hemos construido puede desmoronarse en un instante.

La guerra no ha terminado. Ni siquiera ha comenzado, en el fondo. Lo que hemos visto, lo que hemos atravesado, no ha sido más que un calentamiento, un aperitivo. El verdadero desafío comienza ahora. Las otras facciones, aquellas que se han mantenido al margen, comienzan a inquietarse. Los lobos. Los vampiros. Y otros más, jugadores ocultos en las sombras, listos para hacer lo que sea necesario para apoderarse de lo que nos pertenece.

— Hay que actuar rápido —lanza Dante, rompiendo el silencio con su voz grave—. Los otros clanes no nos dejarán en paz. Están esperando a que estemos vulnerables.

Adrian aprieta los dientes, sus puños se cierran a los lados. Sabe, al igual que yo, que esta guerra no es simplemente una cuestión de territorio, sino de poder. El poder de los Morvan, de los vampiros, de los lobos. El de la mafia. Hemos tomado ese poder, pero nada está garantizado. Cada segundo que pasamos aquí, dudando, es un segundo que nuestros enemigos utilizan para prepararse para derribarnos.

— ¿Y si golpeamos primero? —sugiere Adrian, su mirada penetrante como una hoja—. Debemos ser nosotros quienes controlen el resultado, no los demás. Si los dejamos actuar, se lo llevarán todo.

Un escalofrío de adrenalina recorre mi cuerpo, pero una parte de mí se preocupa. Hemos sido empujados a esta situación, forzados a jugar este juego sangriento donde la unidad es una ilusión y la traición, una realidad. Nuestras alianzas, frágiles, han resistido hasta ahora, pero ¿a qué precio?

— Es arriesgado —replica Dante, la desconfianza perceptible en su voz—. Podríamos perderlo todo en un instante.

Me giro hacia él, tratando de leer en sus ojos lo que le inquieta. Sé que no es del tipo que se deja llevar por sus emociones, pero la fatiga de esta guerra, esa pesadez en sus gestos, me dice que tiene sus propias dudas.

— Arriesgado o no, ya no hay tiempo para retroceder —digo, la voz más firme de lo que me siento—. Debemos golpear ahora. O ellos vendrán a buscarnos. Y ya no tendremos más oportunidades de levantarnos.

Un largo silencio se instala, pesado, entre nosotros tres. Nuestros miradas se cruzan, cada uno de nosotros preguntándose si hemos tomado la decisión correcta. Si este juego realmente vale la pena. Pero ya es demasiado tarde. Estamos en la pelea, y no hay salida.

Lanzo un último vistazo a Adrian, luego a Dante, antes de lanzarme en la noche. La ciudad, como una bestia herida, nos espera, lista para devorarnos o para ofrecernos lo que más deseamos: el control.

---

La sala está fría, extrañamente silenciosa, como si esperara que el más mínimo ruido resonara en ella. Nuestros pasos son los únicos que rompen este silencio opresivo, cada movimiento, cada respiración resonando contra las paredes como un eco del pasado. Este edificio, este refugio, que alguna vez fue un santuario para quienes desean tomar el poder, es ahora el lugar de nuestro último acto.

Los líderes de las diferentes facciones están allí, en la sala, esperando que hagamos nuestra entrada. Los vampiros, los lobos, los demás, todos los miradas fijas en nosotros, calculando cada gesto, cada palabra. Pero no es la amenaza inmediata la que pesa sobre nosotros, es la tensión entre nosotros tres. Cada uno de nosotros tiene su propia visión de lo que debe hacerse. Pero esta noche, solo hay una regla: salir victoriosos.

Adrian avanza el primero, su silueta imponente eclipsando a los demás en la sala. Su carisma, su presencia, todo en él respira autoridad. Lo veo como una sombra, un rayo listo para caer. Dante, más retirado, observa cada movimiento, cada microexpresión en los rostros de los demás. Pero yo estoy aquí, a la vez observadora y actriz. Siento la pesadez del momento envolviéndome, paralizándome casi. Pero ya es demasiado tarde para dudar. Doy un paso adelante.

— Pensaban que podían manipularnos —lanza Adrian, su voz resonando en la sala—. Pero se han equivocado.

Los otros miembros de las diferentes facciones intercambian miradas preocupadas. Algunos se tensan, otros, más confiados, esperan a ver qué haremos. Pero no estamos aquí para discutir. Estamos aquí para dominar.

Dante toma la palabra, su tono frío, implacable.

— No se trata solo de poder, sino de lealtad. Somos quienes poseen el verdadero poder, y no permitiremos que nadie nos lo robe.

Un silencio pesado se instala, pero es un silencio que precede a la tormenta. Es un silencio donde cada mirada es una amenaza, cada palabra una confesión. Hemos cruzado un punto de no retorno. Ya no somos solo sobrevivientes, sino depredadores.

Mientras los demás reaccionan, algunos se inclinan, otros se preparan para luchar, siento una extraña sensación invadirme. Una toma de conciencia: no es solo por el poder que luchamos, sino por nuestra propia supervivencia. Hemos sacrificado todo lo que teníamos, todo lo que éramos, para llegar hasta aquí. Y todo esto tiene un precio.

El momento fatal se acerca. Un último movimiento. Un último suspiro antes de la guerra final.

Y estoy lista.

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