El reloj marcaba las 11:47. Trece minutos.
Rose se quedó mirando el edificio. Tres pisos. De ladrillo. Ventanas con rejas a modo de decoración. Parecía un hotel elegante si uno entrecerraba los ojos. Si no lo supieras.
—Rose —la voz de Richmond interrumpió sus pensamientos—. Última oportunidad. Puedes esperar aquí.
—No —respondió con terquedad; había llegado hasta aquí.
—Rose… —parecía preocupado y molesto—. He dicho que no. —Ella se giró para mirarlo—. Ya hablamos de esto. —Sacó algo de la guantera. Negro. De aspecto frío. Una pistola.
Sintió un vuelco en el estómago.
—¿Sabes usarla? —preguntó.
—La he visto en las películas, aprietas el gatillo y… —Su voz se apagó.
—Ver y hacer son cosas distintas. —Revisó el cargador. Lo volvió a colocar. «El seguro está puesto. No toques el gatillo a menos que estés lista para disparar. Y Rose, si sacas esto, lo usas. ¿Entendido?»
Ella lo tomó. Era más pesado de lo que esperaba. El metal se le clavó en la palma de la mano. «Entendido».
«Si algo suc