Lo primero que sintió Rose fue un dolor agudo e insistente, que irradiaba desde la sien hasta la mandíbula, instalándose en sus huesos como algo que siempre había vivido allí y acababa de despertar.
Lo segundo fue el olor, antiséptico y estéril, de esos que le decían que estaba en un hospital antes incluso de abrir los ojos, antes incluso de intentar recordar por qué.
Forzó los párpados a abrirse lentamente, la luz atravesándole las pupilas como agujas. El techo sobre ella era blanco, demasiado blanco, baldosas dispuestas en cuadrados perfectos que parecían burlarse de ella con su orden, su previsibilidad.
Tenía la garganta seca, áspera como papel de lija; cuando intentó tragar, sintió como si su lengua hubiera sido reemplazada por algo extraño, algo que ya no le cabía del todo en la boca.
"Rose."
La voz provenía de su izquierda, baja y áspera, con un matiz que podría haber sido de alivio, agotamiento o ambos. Giró la cabeza, lenta y cuidadosamente, y encontró a Richmond sentado en u