La cortina se movió. Rose metió la mano en el bolsillo. Vacío. Ningún arma. Nada. Una enfermera entró. Joven. Ojos cansados. Identificación: Chen.
—Las visitas terminaron hace dos horas. —Su voz era monótona. Ensayada. Rose se irguió—. Tengo autorización. —La enfermera miró la bolsa de suero. Su expresión no cambió—. Tiene que irse.
—Soy su hija —protestó Rose.
—Sé quién es usted. —Chen se acercó al monitor. Comprobó las lecturas. Sus manos estaban firmes. Demasiado firmes—. Su madre está estable. Debe descansar.
Rose la observó ajustar el goteo. Sutil. Preciso. —¿Qué acaba de hacer? —preguntó Rose.
—Una revisión rutinaria —respondió Chen.
—La dosis aumentó hace veinte minutos —insistió Rose. La mano de Chen se detuvo—. ¿Quién le ha dicho eso?
—Sé leer —Rose señaló la etiqueta—. ¿Por qué un paciente en coma necesita más sedantes?
—Órdenes del médico. —Sencillamente, Chen no dio más explicaciones.
—¿Qué médico? —insistió Rose. Chen apretó la mandíbula—. No tengo tiempo para esto. —Se