En lo profundo del bosque, donde los árboles centenarios susurraban secretos olvidados y la luz se filtraba entre las hojas en destellos de magia, se alzaba un claro oculto, casi místico, testigo de innumerables rituales y encuentros sagrados. Aquella noche, bajo el manto plateado de una Luna que reinaba en lo alto, Luz, la hija de Aiden y Anya, practicaba su magia con una naturalidad que dejaba atónitos a quienes la observaban. Sus cabellos, tan oscuros como la noche, caían en cascada alrededor de su rostro, enmarcando unos ojos que parecían guardar el reflejo de mil estrellas. Desde pequeña había mostrado dones que recordaban a su madre, pero también poseía una intensidad propia, una fuerza mágica que emergía con cada movimiento de sus manos. Con cada conjuro, el aire se llenaba de una energía vibrante y pequeños destellos de luz danzaban en el crepúsculo del claro.
Aquella noche, mientras Luz trazaba delicadas runas en el suelo con tiza blanca, concentrada en invocar la esencia de l