82. La noche de las bestias.
El suelo está cubierto de cenizas y escombros. La granja quedó atrás, reducida a un montón de maderas humeantes y el eco de disparos que se mezclan con los aullidos distantes. Rita y yo avanzamos entre las sombras, con los músculos agarrotados y el aire pesado de pólvora y sudor seco.
La cacería sigue. No hay escapatoria.
Rita se tambalea a mi lado. La sostengo antes de que caiga.
—No puedo más… —jadea, con la frente perlada de sudor.
Mi instinto me dice que la cargue y siga corriendo, pero mi lado humano sabe que ella es fuerte. Que siempre lo ha sido.
—Solo un poco más, Rita —susurro.
A lo lejos, entre los árboles, veo el reflejo de linternas y oigo el murmullo de voces. Un grupo se acerca. Pero no es un equipo de cazadores cualquiera. Sus pasos son organizados, calculados. No disparan sin ver el objetivo.
Algo no encaja.
Me obligo a escuchar.
—…los queremos vivos. La orden es clara.
Un escalofrío me atraviesa. No están aquí solo para matarnos. Nos quieren capturar. ¿Para qué?
Rita