Celeste
—¿Qué está pasando? —pregunté en voz alta, entre el miedo y el asombro.
Había vuelto a ver a mi señor y eso me alegraba, no lo podía negar. Había pasado días con Roy, y habían sido espectaculares. El lobo me entendía de una manera como nunca nadie lo había hecho. No eran necesarias las palabras; solo con mirarnos podíamos entender qué sentía y qué quería el otro. Pero Alaric… era otra cuestión.
Solo con verlo lo entenderían, sus ojos verdes, su altura, su piel clara, su cabello negro como la noche. Algo en su presencia era inevitable, no podía dejar de verlo. No sé si era por poder, por ser un rey, por ser un lobo grandioso, o si era por su belleza. Pero donde estaba él, cualquiera quedaba opacado.
Estaba lejos del castillo, de mis captores, de mi ex manada, y más feliz que nunca. Él tenía razón: este lugar era el paraíso. En la cabaña en la que me había quedado tenía absolutamente todo lo que podía necesitar y más. Era impresionante cómo todo se acoplaba a mis necesidades, c