Alaric
—Su Majestad… —me tomó del brazo Rachel.
No sabía cuánto tiempo había pasado desde que ella se había ido. Yo me había quedado mirando al horizonte, viéndola, incluso cuando ya no estaba. ¿Qué esperaba? ¿Que ella volviera por mí? ¿Que corriera a mis brazos? Y, aunque lo deseaba más que nada, yo mismo le había dado los medios para irse. Lo había visto en mi sueño: ese lugar era importante y ella debía estar allí.
—Ella no va a volver a tus brazos, mucho menos después de que no la viéramos en toda la noche. Y dale gracias a la Diosa de que no puede oler que has estado cerca de esas lobas detestables —gruñó Roy.
Había sido necesario. No sonaba bien, pero yo tenía que buscar la mejor estrategia para mantener a los alfas contentos y, a la vez, postergar la búsqueda de mi esposa. La guerra acabaría y, quizás entonces, la presentaría como mía. Estaba dispuesto a quemar el mundo si era necesario.
—Pero no ahora. Eso es lo que te repites. Eres un verdadero cobarde —replicó Roy, m