Celeste—¿Pociones?—Con plata. Si Valerius intenta hechizarte, le va a costar— indicó Índigo emocionado dándome un frasquito.—Las chicas no podían acercarse a las armerías ni obtener nada con qué defendernos—murmuró Nana, atónita.—Tampoco podemos atacar a Su Excelencia directamente —respondió Ágata.—Lo resolveremos, mi niña. No dejaré que ese lobo asqueroso le ponga un dedo encima a mi nieta —gruñó Nana. La puerta se abrió y apareció Eva, despeinada, emocionada, debía estar en muchas cosas. —Mis aliados están armados y, para rematar, el vampiro viejo está muy lindo de ver —comentó con una sonrisa coqueta. Mencionó su plan de destruirlos uno a uno. Humberto se encargaría de los Lobos Rebeldes. Faltaban los rogues; los cazadores humanos eran una operación en curso. Nana no dijo nada y se quedó observándola un buen tiempo mientras nosotros mirábamos de un lado al otro.—Debo decir, vampira, que me has sorprendido gratamente y eso es difícil. Eres gloriosa, brillante, atrevida y vali
AlaricNuestra separación había sido terrible y, sin embargo, me sentía unido a ella de una forma que me recordaba a una marca invisible, profunda y ardiente. —Algo se movió adelante— exclamó Amelia, su voz tensa. De inmediato, los vimos.—¿De dónde sacan tantos mercenarios?—gruñí mientras la primera tanda de vampiros se acercaba. No solo avanzaban con sus colmillos descubiertos, sino que también portaban espadas, y el olor a wolfsbane impregnaba el aire.—Deben haber convocado a otros vampiros. Es la única explicación—dijo Rachel, ajustando su cadena de plata, el arma insigne de Freya que debía habérsela prestado.—¡No retrocedan!—grité mientras la marea de enemigos se abalanzaba sobre nosotros, feroz e implacable. Amelia no titubeó, y los otros clanes tampoco. Mis manos se volvieron garras; arranqué gargantas y sentí el ardor de la sangre tibia. A mi alrededor, los cuerpos caían despedazados entre gritos y jadeos.—¡A su izquierda, Su Majestad!—aulló Rachel, sin despegarse de mí. B
Celeste—¿Te habías olvidado de mí? ¿Creías que iba a desaparecer así como así? ¿O pensabas que me iba a pudrir en una asquerosa celda, donde estuve por tu culpa? —reclamaba Noelia con malicia.—El rey te encerró por traición… lo que hiciste…—¿Lo que yo hice? ¡Tú tomaste lo que era mío, lo que me pertenecía por derecho! —¡Tú no tenías ningún derecho sobre Alaric! —respondo molesta. El poder burbujeaba dentro de mí y era tan fuerte que el dolor en mi mano, causado por la pulsera, quedaba en segundo plano.—¡Claro que sí! ¡Él me fue prometido hace tiempo, los alfas lo acordaron! ¡Yo iba a ser reina! —gruñe y se acerca más a mí mientras intento alejarme.—¿Solo te importaba eso?—¡Por supuesto que sí! ¿Y acaso me vas a negar que es lo que tú quieres? ¡Por eso lo hechizaste, ¿no es cierto?! Y el tonto lobo cayó como un idiota.—¡Alaric es mi mate! —digo molesta, y ella ahora me toma por el cuello. Estoy atada y no puedo moverme. Mi poder desea salir, pero es como si no tuviera escapator
FabrizioLo que había comenzado como una simple búsqueda de debilidades del enemigo había terminado en un gran caos. El hedor a sangre y óxido impregnaba el aire, la casa crujió como si se quejara, pero el sonido quedó opacado por el rugido de la bestia que se alzaba ante mí. Las cadenas que antes la contenían yacían destrozadas a sus pies, retorcidas como si fueran meros hilos de lana. Su pelaje negro como la noche se erizaba con furia, y sus ojos, dos brasas encendidas, me devoraban con un odio primitivo. Se había despertado, y lamentablemente habíamos comprobado que era terrible. A lo lejos, escuché los aullidos de los humanos que habían sido convertidos en contra de su voluntad por experimentos maléficos.—¡Maldita sea! —gruñó Marina. Se había lanzado a atacar a la gran bestia, pero luego de haber quedado herida, habíamos optado por cansarla. Mi amiga evitaba los golpes y zarpazos de la criatura, que no mostraba ningún signo de fatiga.—¡Cuidado! —grité, pero ya era muy tarde. La
Alaric—¡Ataquen! —gritó Rachel a nuestros guerreros, pero las balas, las flechas y las lanzas se deshacían como si fueran de aire una vez tocaban la barrera.—Esto es imposible —gruñó Amelia. No podía dejar de pensar que, cada momento que mi cielo estaba ahí, corría peligro. Me sentí un fracaso. Yo no podía ayudarla. Intenté utilizar el poder de la tierra, pero parecía que, más allá, mi poder no existía.—¡Hay movimiento adentro! —indicó Rachel. Eran los vampiros mercenarios dirigidos por Humberto y, más allá, los lobos, rogues y otras manadas. Eran cientos, rodeando la gran casa, eran demasiados. —¡Atentos, preparen sus protecciones! —ordené e invoqué hasta lo más sagrado. Vi que Humberto sonreía. Se dispararon flechas y el aire se cargó de wolfsbane.—¡Cuidado! —grité. El aluvión del ataque se nos vino encima. Escuché a mis guerreras caer heridas.—¡No puede ser! No podemos atacarlos, pero ellos sí pueden... —Los vampiros se sacaban las estacas y las balas de plata. Rachel llamaba
Eva Supe que era una pésima idea cuando nos congregaron aquí y el vampiro parecía que estaba cerrando un negocio. Sin embargo, se desarrollaron las discusiones más insólitas y las alianzas de Valerius se destruían como burbujas de jabón explotando en el aire. Pero Cielito brilló, parecía otra persona, sacando todo su poder y atacando a la infeliz de Noelia. ¿Qué se creía esa mujer? Había querido patearla desde el momento en que la vi ingresar con su cara pálida y sus aspiraciones de reina. Afuera nos esperaba Su Majestad y lo único que tenía que hacer era salir corriendo de aquí con las hechiceras sin mirar atrás, unirme a la fuerza del rey y acabar con este maldito vampiro de una vez. Pero en un abrir y cerrar de ojos, el mundo se volvió polvo y cenizas. La gran casona estaba destruida, se podía ver el cielo y yo me levanté con un gran dolor de cabeza.—¿Dónde estás? ¿Dónde estás?—escuché la voz angustiada de Ágata. Lucía desfallecida, removiendo la tierra desesperada. Vi que en un
Fabrizio—¡¿Qué es eso?!—¡¿Qué demonios está ocurriendo?!— Escuchaba expresiones de asombro a mi alrededor y, en un abrir y cerrar de ojos, la gran barrera de protección que nos había limitado, cayó. No teníamos idea de cómo había sucedido, pero no nos detuvimos a preguntar. Era el momento de abalanzarnos a la guerra.—¡Ataquen! ¡Por el rey, por el reino y por Sombras de la Noche!—aullaba alfa Rogelio, hecho una fiera, avanzando con todos sus hombres y Damián a su lado.—Supongo que la suerte está de nuestro lado—sonrió Marina mientras corríamos Entonces, una gran llamarada de fuego iluminó el campo de batalla. Todos nos detuvimos por un instante, intentando descifrar su origen. La respuesta llegó con el sonido de los gritos desgarradores del enemigo. Nos miramos y vimos cómo buena parte del ejército contrario quedaba reducido a cenizas.—Me equivoqué. ¡Ahora la suerte sí está de nuestro lado!—saltaba Marina emocionada mientras los lobos celebraban, aullando al cielo. Con un rugido d
AlaricCasi podía sentirla. El vínculo me decía que ella no estaba lejos. A cada paso que daba, sentía su dolor, su angustia, su desesperación. Mi cielo había pasado demasiado tiempo aquí, en manos del enemigo, y yo nunca iba a perdonármelo.—Estamos aquí, y eso es lo que importa —dijo Roy de forma benevolente. En ese instante supe que mi lobo había vuelto por ella, volvió solo por ella. Y todo lo que había pasado en mi vida, me había traído hasta aquí. Me había hablado de la daga, me había guiado solo para llegar a este momento. Él lo sabía. Sabía que ella llegaría, y por fin podríamos sentirnos completos. Había derrotado a Humberto, que no era más que una alimaña. Había visto a los Lobos Rebeldes casi desaparecer. Quedaban otros enemigos, pero para llegar a ellos, primero debía derrotar a estos vampiros.—Así será. Está escrito —respondió Roy. Una energía recorrió mi cuerpo, haciéndome más fuerte, más rápido. Sentí la tierra bajo mis pies, afirmándome que no me dejaría solo. Una vez