Celeste
—¿Pociones?
—Con plata. Si Valerius intenta hechizarte, le va a costar— indicó Índigo emocionado dándome un frasquito.
—Las chicas no podían acercarse a las armerías ni obtener nada con qué defendernos—murmuró Nana, atónita.
—Tampoco podemos atacar a Su Excelencia directamente —respondió Ágata.
—Lo resolveremos, mi niña. No dejaré que ese lobo asqueroso le ponga un dedo encima a mi nieta —gruñó Nana. La puerta se abrió y apareció Eva, despeinada, emocionada, debía estar en muchas cosas.
—Mis aliados están armados y, para rematar, el vampiro viejo está muy lindo de ver —comentó con una sonrisa coqueta. Mencionó su plan de destruirlos uno a uno. Humberto se encargaría de los Lobos Rebeldes. Faltaban los rogues; los cazadores humanos eran una operación en curso. Nana no dijo nada y se quedó observándola un buen tiempo mientras nosotros mirábamos de un lado al otro.
—Debo decir, vampira, que me has sorprendido gratamente y eso es difícil. Eres gloriosa, brillante, atrevida y vali