Capítulo 53
Bastian y la desconocida
—Hazla pasar —ordenó el comandante con una mirada seca a uno de los guardias, sin apartar los ojos de Dina.
Ella lo sostuvo con la frente en alto, aunque por dentro una punzada de ansiedad le retorcía el estómago.
—Sígueme —dijo el guardia, sin demasiada cortesía.
Caminaron por un pasillo amplio, de paredes de piedra pulida y alfombras que amortiguaban los pasos. Dina sentía la mirada de todos posarse sobre su ropa harapienta, su piel manchada de polvo, su pelo revuelto. Un par de criadas murmuraron entre sí al verla pasar, con el ceño fruncido y la burla en los labios.
El guardia abrió la puerta de una habitación modesta, con una mesa redonda, sillas de respaldo alto y una pequeña chimenea encendida en una esquina. Dina entró sin mirar atrás.
—Siéntate —dijo el comandante, cerrando la puerta tras él—. Ya mandamos a buscar a la señora Maya.
—Gracias —susurró Dina, apenas audible.
El hombre la observó un momento. Se cruzó de brazos.
—Todavía me cues