13. La noche más larga

Sebastian

«Estoy aquí, mi amor. Abre los ojos y mírame»

Fue como si hubiese podido escuchar su voz pegada al lóbulo de mi oreja, pero de nada habría servido hacerle caso si sabía de sobra que iba a encontrarme con una oscuridad absoluta.

La venda seguía ahí; picándome los ojos y la piel. Manchándose de una fina capa de sudor que resbalaba a gotas por los pliegues de mi nariz y se mezclaba con los restos de sangre a causa de los golpes que había recibido; mismos que me empujaron a la inconsciencia hace un par de horas.

Probablemente había amanecido y yo no lo sabía.

En ese tiempo, había soñado con Isabella.

Acababa de cumplir diecisiete años cuando una pequeña parte de mi reparó en el tamaño de sus pechos y en lo bien que probablemente se verían si mis manos los tocaban. Había sido la primera vez en olvidar que era la hermana pequeña de mi mejor amigo y que lo estaba pasando por mi cabeza en ese entonces era una absoluta locura.

Pero ella ya había comenzado ese juego de cínica seducci
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