12. La mafia no da tregua

Gia

— ¡¿Qué haces?! —Enzo me miró como si hubiese perdido la cabeza cuando salté en el asiento copiloto del auto.

—Voy contigo.

— ¡No me jodas, Gia, es demasiado peligroso!

— ¿Permitirías que me pase algo?

— ¡Por supuesto que no!

— ¡Entonces deja de perder el tiempo y arranca!

El buen esbirro suspiró y negó con la cabeza soltando una pequeña maldición entre dientes. Entonces, encendió el motor de aquel Mazda negro antes de que las llantas derraparan en la carretera.

Quince minutos después, el GPS nos indicaba que habíamos salido del perímetro de roma y que nos acercábamos a nuestro destino.

Con las manos aferradas al volante y la respiración precipitada, Enzo maniobró en una calle angosta que tomó como atajo y que pronto nos reveló el tan famoso teatro que había provocado todo este desastre.

El ritmo de mi corazón se detuvo de súbito en cuanto le vi.

Carlo estaba tirado en una cuneta contigua al teatro. Junto a él, Greco lo zarandeaba con una mano mientras que con la otra presionaba s
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