Capítulo 03
Sonreí, tan tranquila por fuera que nadie lo notaría, pero, por dentro, sentía que el corazón se me desgarraba en silencio.

Samuel notó algo raro en mí, y se quedó mirándome por un instante, antes de ofrecerme una sonrisa algo torpe:

—¿Y si nos vamos ya? Podemos dar una vuelta, despejarnos un poco…

En el camino hacia el puerto, él comenzó a hablar sobre sus planes para el día siguiente:

—Ya tengo todo listo para tu cumpleaños… y, si estás de acuerdo, después podríamos empezar a buscar un bebé… ¿te parece?

Me quedé en silencio, observando las luces de la ciudad pasar por la ventana como destellos lejanos. No respondí.

Apenas llegamos al muelle, su móvil sonó. Contestó con voz suave, cargada de afecto. Luego su ceño se frunció y su tono cambió, titubeante.

Lo miré de reojo. Ya ni siquiera dolía.

—Ve —le dije con calma—. Si es importante, atiéndelo.

Vaciló.

—Anya, yo…

—Ve —lo interrumpí con una sonrisa leve—. Yo te esperaré en el yate.

No hacía falta ver el nombre en la pantalla. Solo una persona podía provocarle esa mezcla de ternura y ansiedad: Liliana.

Una vez a solas, subí al yate. Saqué mi móvil y entré al perfil de Facebook de Liliana. Su publicación más reciente apareció en pantalla:

«¿Lo ves? Quien me ama, siempre estará a mi lado, sin importar cuándo o dónde. Esta noche, me cocinó personalmente filete de venado a la brasa».

Los comentarios eran una lluvia de halagos:

«¡Tu alfa es perfecto!»

«¡Qué envidia! Son la pareja ideal de la manada…»

Pero yo no podía dejar de mirar esa mano en la foto… la muñeca de él. Esa pulsera. La misma que escondía el secreto que descubrí hacía poco. Esa que Samuel nunca se quitaba.

Marqué su número. Al otro lado, respondió la voz aguda y melosa de Liliana:

—¿Qué quieres, Anya? ¿Buscas a Samuel? —Su tono estaba cargado de pura burla y veneno—. No pierdas el tiempo. Él ya no es tuyo. ¿Sabes? Eres patética… Ni regalado te puedes quedar con el amor de un hombre. Ni con tu ex, ni con Samuel…

En cuanto colgó, me encaminé con paso firme hasta el capitán del yate.

—¿Necesita que pilotee por usted? —me preguntó.

Negué despacio.

—No hace falta. Lo haré yo misma.

Tomé el timón y salí al mar, sin rumbo fijo, pero con una certeza helada en el pecho. El viento era cortante, aunque no se comparaba al frío que sentía por dentro.

Me senté en la cubierta y observé la luna descender lentamente por el horizonte. Pero él no llegó.

Cinco años. Cinco años de palabras dulces y de promesas que ahora sabía vacías. Todo se deshacía en mi mente como espuma de mar.

Cada sonrisa, cada «te amo», eran mentira. Y yo, una tonta más que las había creído.

Antes del amanecer, marqué su número por última vez. Pero estaba apagado.

Miré la pantalla un momento, antes de programar dos envíos automáticos:

Uno, una grabación de despedida, con mi voz quebrada, pero firme.

El otro, un video completo del proceso de desarrollo del antídoto para la toxina de raíz de lobuna, grabado día por día, con fecha, hora y cada detalle registrado.

Cuando terminé, el sol ya comenzaba a asomar en el horizonte. Borré todo: sus fotos, sus mensajes, sus palabras… Ya no quería ni sus promesas vacías ni su amor fingido.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Samuel se apartaba de Liliana.

—Tengo que irme. Hoy es el cumpleaños de Anya. Le prometí ver el amanecer con ella.

Liliana lo tomó del brazo, molesta.

—Samuel, yo también te necesito ahora…

Él negó con la cabeza.

—Te veré más tarde. Lo prometo —le aseguró.

Sin embargo, cuando estaba a punto de partir, el enlace mental de su Beta lo sacudió como un golpe seco:

—¡Alfa! ¡Anya salió sola al mar con el yate! ¡Acaban de alertar de un tsunami en la zona! ¡Hay riesgo extremo!

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