Esa noche regresé a ese bar.
Apenas crucé la puerta del área de personal, un torbellino de recuerdos me golpeó.
El olor a perfume mezclado con licor caro, las luces rojas del pasillo, las risas de las chicas que corrían de un lado a otro.
Todo era igual que antes, como si nunca me hubiera ido.
Algunas caras conocidas me recibieron con sonrisas sinceras, otras con sorpresa, quizá curiosidad. Yo devolví cada saludo con un gesto tembloroso, intentando parecer tranquila, aunque por dentro mi pecho ardía entre nostalgia, miedo y vergüenza.
Volver ahí no era algo que hubiera imaginado para mí, pero la vida te empuja donde menos quieres cuando cargar con el futuro de alguien más se vuelve una obligación.
Caminé hasta los camerinos buscando un uniforme.
Me repetía a mí misma que solo iba a servir mesas, sonreír un poco, quizás aguantar algún comentario tonto de los clientes, nada que no hubiera hecho antes.
Sin embargo, cuando abrí la puerta, me encontré con mi antiguo jefe esperándome, como