Decidí sentarme frente a la mesa del comedor.
Tomé la calculadora con manos temblorosas.
Revisé mis finanzas cuidando cada detalle sin que me escapara ni un solo centavo. Sumé mis ahorros, lo que me quedaba de la liquidación y unas cuantas reservas que había guardado para emergencias.
Al final del cálculo, lo que vi fue tan triste como esperanzador: podía pagar las medicinas de mi hermana por un año completo. Eso, al menos, me daba un poco de aire para respirar.
Después de cubrir eso, solo me quedaba lo justo para rentar un departamento pequeño y pagar dos meses de adelanto.
Respiré, intentando mantenerme en pie frente a esa realidad que me apretaba el pecho como un puño.
Debía conseguir trabajo. Ya. No mañana. No la próxima semana. Ya.
Pero con Azkarion colocándome el pie encima en cada esquina, ¿quién me contrataría?
Él tenía ojos en todas partes, contactos en todas las industrias importantes, y un historial de aplastar carreras con la facilidad con la que otros aplastan una hormiga