Xavier regresó al hospital para recoger a Elizabeth. Dentro de él, los sentimientos se agolpaban sin orden: apenas había pasado tiempo desde que descubrió su traición, y sin embargo, el castigo que le impuso le parecía ahora un precio demasiado alto.
Al verla, tragó saliva con fuerza; apenas podía respirar.
—Elizabeth, volvamos a la mansión.
Ella alzó la cabeza. Su rostro estaba enrojecido y los ojos hinchados por tanto llorar.
—¿Vas a volver a encerrarme en ese sótano?
Xavier no tenía una respuesta. No sabía si sería capaz de encerrarla de nuevo en aquel lugar oscuro. No entendía por qué su traición le dolía tanto, pero tampoco quería que ella pasara por lo mismo otra vez. Aquello había sido una crueldad injustificable.
—No. Te recuperarás en tu habitación, junto a los niños.
Elizabeth se incorporó con lentitud, llevándose una mano al vientre al sentir un dolor repentino. Por instinto, él intentó sostenerla del brazo, pero ella se apartó bruscamente.
—No necesito tu misericordia. Sol