Xavier sacudió la cabeza, intentando asimilar las palabras del médico.
—¿De… qué bebé está hablando, doctor?
—¿No lo sabía? La señorita tenía casi ocho semanas de embarazo. ¿Usted es el padre?
La pregunta lo quebró por completo. Claro que era el padre. Y probablemente también el responsable de la pérdida de ese hijo que apenas empezaba a existir.
Se levantó del asiento y caminó hacia el final del pasillo, donde Elizabeth yacía recostada. Con cuidado, la tomó del brazo y la giró hacia él. Ella ya estaba despierta, y las lágrimas le surcaban las mejillas con un dolor que calaba hondo.
Xavier se sintió el hombre más miserable del mundo.
—Elizabeth…
Ella guardó silencio. No podía articular palabra; el dolor era demasiado. En su interior, había albergado una esperanza inmensa por ese hijo de Xavier. Perderlo le había destrozado el alma.
—Elizabeth… yo… lo siento. ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? ¿Por qué?
Xavier bajó la cabeza; los ojos le brillaban por las lágrimas.
Ella no